juan155

Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

Juan 15:5

¿Te ha pasado que quieren hablarte de Dios, y no te interesa.?

O bien ¿Te das cuenta que llevas un tiempo apartado de Dios y no tienes muy en claro por qué? Simplemente notas que has dejado de orar, mientras tu Biblia acumula polvo en un rincón y dedicas tu tiempo a otras cosas.
A mí me ha pasado. A veces somos conscientes del porqué de esa negación o de ese alejamiento. Otras, no. La razón que sea permanece agazapada en nuestro subconsciente.

Es por eso que en esta nota daremos un grupo de posibles razones por las cuales cerramos el acceso y cortamos la comunicación con el Señor. No son todas, pero creo que son las más comunes.

1. EL PECADO

Me animo a pensar que es la causa principal por la que, conscientes o no, le damos la espalda a Dios. Cada tropiezo nos hace sentir miserables e inmerecedores del amor de Dios. Y, como acto reflejo, reaccionamos metiéndonos debajo de la cama. Nos sentimos sucios y decidimos que no tenemos la facultad de volver a tener comunión con el Señor. Y, aunque sabemos que esa no es la reacción idónea y que Dios siempre está disponible para perdonarnos, en la práctica nos doblega el sentimiento de culpa. Debemos tener en cuenta —muy en cuenta— que el cristianismo no tiene que ver con lo que nosotros hagamos, sino con lo que Dios ha hecho en nuestras vidas. Lamentablemente, incluso nacidos de nuevo, la naturaleza carnal vive aún en nosotros y tenemos propensión a pecar. Sin embargo, tengamos presente que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Y que, precisamente, la buena noticia que es el evangelio tiene que ver con el hecho de que somos declarados justos y limpios de pecado por medio del sacrificio de Cristo en la cruz. Así que nada de lo que hagamos o dejemos de hacer nos alejará del amor de Dios. Este tema lo desarrollamos en extenso en la nota que titulamos Me siento sucio, Señor.

2. FE ERRADA
¿A qué me refiero con fe errada? Pues, a una fe que no es. Una fe que no es genuina, que se ha erigido sobre bases débiles o plásticas. Sucede, por ejemplo, luego de experimentar la conversión en medio de situaciones emocionales fuertes. No digo que toda conversión basada en vivencias extremas (como suele suceder en los cultos pentecostales o carismáticos) sea artificial, pero muchas sí los son. Son tan intensas, por contagio masivo, que en ese momento el nuevo creyente puede sentirse tocado verdaderamente por el Espíritu Santo. Pero una vez confrontado con sus cuatro paredes, en soledad, todo el edificio espiritual que se levantó sobre bases meramente emocionales se le puede venir abajo. Las raíces débiles de una fe poco profunda pueden hacernos presas fáciles de una decepción posterior y, por consiguiente, pueden conducirnos a dar un paso al costado a la menor duda o prueba que nos salga al frente. Tenemos que examinar de qué está hecha nuestra fe. ¿Está basada realmente en la convicción de que Jesús es nuestro Señor y Salvador o simplemente surgió porque la atmósfera de conversión emocional nos sugestionó durante un momento específico y nada más?

3. DUDAS
Puede que nuestra fe tenga cimientos sólidos y que nuestros corazones estén francamente abiertos al Señor, pero que aún así tengamos flancos vulnerables. Y esto ocurre, sobre todo, si no tenemos conocimiento de la palabra. Si lo que sabemos de la Biblia es poco o nada, bastará un argumento ateo bien expuesto y cuidadosamente concatenado (sin necesidad de que sea cierto) para que nuestra fe titubee y deje que se filtren ideas corrosivas y perjudiciales. Si no estamos preparados para sostener nuestras convicciones ante el asedio de ideas y pensamientos contrarios a las enseñanzas cristianas, entonces las dudas se instalarán en nuestras mentes. De ese modo, nos ponemos a tiro para que cualquier dogma ajeno a nuestra fe empiece a socavar los fundamentos y nos haga apartarnos de Jesucristo. Ahora bien, no es malo dudar. Pero la duda nos debe llevar a profundizar en la palabra. Solo así podremos despejarlas y pavimentar el camino de comunión con el Señor. Este tema también lo desarrollamos en extenso. Pueden revisar la nota que titulamos El aguijón de la duda.

4. PROBLEMAS NO RESUELTOS
Algo que los humanos tendemos a hacer es reaccionar a lo bruto. La vida no es fácil. No está exenta de problemas. Los creyentes no hemos comprado un seguro contra tribulaciones. De hecho la Biblia confirma que pasaremos aflicciones. Pero sucede que, a pesar de las advertencias, nos enojamos con Dios cuando se nos presenta un problema de aquellos, de difícil pronóstico y sin solución a la vista. Tal vez soportamos un tiempo, pero si el asunto persiste, puede llegar un momento en el que pateemos el tablero y resolvamos unilateralmente el problema enviando a Cristo a un cajón de la cómoda. Y ese, hermanos, sería un gran error. En las escrituras abundan las promesas del Señor para hacer frente a todos los inconvenientes que se presenten. Para muestra, un par de botones: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28); «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (Santiago 1:2-4). Puedo recomendarles esta nota que titulamos Gracias, Dios, por la adversidad.

5. ORACIONES ‘NO RESPONDIDAS’
Otro ámbito en el que solemos ser viscerales es en lo concerniente a la oración. ¡Queremos respuestas ya! Y pasa, pues, que Dios no siempre responde a tiempo y según nuestra voluntad, sino en su tiempo y de acuerdo a su voluntad. También puede responder negativamente si lo que le pedimos no está en consonancia con sus planes. En ocasiones nuestras oraciones están mal elaboradas o no son dichas con fe. En suma, si oramos y percibimos solo silencio de parte del Señor, entonces dejamos de lado la comunión con Él. Cedemos el paso a la autoconmiseración y declaramos ideas absurdas como que Dios no quiere nada conmigo o No merezco nada bueno de parte de Jesucristo, etc. Lo que estamos haciendo es cerrar la llave del grifo simplemente porque no nos respondió en el momento que queríamos y de la manera como queríamos. En este punto, las palabras paciencia y perseverancia son claves. «Orad sin cesar», nos enseña 1 Tesalonicenses 5:17. Sobre este tema también hemos escrito con mayor amplitud en la nota que titulamos La oración, arma infalible.

6. DISTRACCIONES
Otra debilidad humana es nuestra tendencia a ir por lo que nos genere gratificación. Y es natural. A veces, agobiados por el trabajo o por el estrés de las preocupaciones, tendemos a buscar refugio en una serie de actividades placenteras, como pueden ser escuchar música, ver videos, partidos de fútbol, navegar por Internet, leer libros o buscar amigos con los cuales compartir un café o una cena, etc. Y digo debilidad, porque si bien aparentemente no hay nada malo en realizar algunas de las actividades citadas, podemos iniciar inconscientemente un alejamiento de Dios. De pronto, y posiblemente sin percatarnos, nos damos cuenta de que estamos poniendo más discos en el equipo de sonido que tomando la Biblia o meditando en oración. El riesgo de buscar distracción es que nos aparta de Dios casi sin que reparemos en ello. Ocurre poco a poco y de manera sigilosa. Si estamos agobiados por el trabajo o por el estrés de los problemas, probemos de buscar refugio verdadero en la palabra de Dios en lugar de gratificarnos con música agradable, literatura o películas en la televisión. No solo nos mantendremos en comunión con el Señor, sino que además recibiremos consuelo, alivio y llenura de espíritu mejores que mediante cualquier otra actividad.

7. CAMBIOS EN LA RUTINA
¿No les ha pasado que, como efecto de alteraciones en la vida cotidiana, colocaron a Dios lejos de todo? Puede deberse a cualquier cambio. Hablamos de un nuevo trabajo que demanda una gran concentración y dedicación iniciales; hablamos de una mudanza o de un viaje para residir en otra localidad o país; hablamos de una nueva situación emocional, tal vez una ruptura. En fin, las posibilidades son muchas. El tema es que, al experimentar cambios en nuestra rutina, podemos correr el riesgo de dejar al Señor fuera de la ecuación. Sea porque nuestros sentidos, todos, estén involucrados en la nueva realidad que se nos ha presentado; o porque esta nueva realidad sencillamente ha reseteado nuestro hilo de pensamientos y ahora otras prioridades se instalan en nuestra escala de preferencias. Sea como sea, si abandonamos a nuestro Señor, estaríamos cometiendo (otra vez) un gran error. La nueva situación, en cambio, debería llevarnos a fortalecer los lazos con Cristo. Es decir: todo lo contrario a como solemos reaccionar a veces.

8. DISMINUCIÓN DEL HAMBRE DE DIOS
Esto puede sonar raro, pero se da. Hay varios escenarios posibles. Podemos ser escoba nueva que barre bien. Es decir, podemos iniciar el camino de la fe con gran ímpetu y entusiasmo válido, y así podríamos permanecer durante cierto tiempo. Pero, qué tal si pasan los meses o los años y vamos perdiendo ese deseo de seguir viviendo en el Señor. Los detonantes pueden ser muchos, pero lo esencial es entender que, como humanos, somos propensos a buscar nuevas situaciones o vivencias que renueven u oxigenen nuestras rutinas. O también puede suceder que, luego de cierto tiempo profundizando en Dios, estudiando su palabra, lleguemos a pensar que ya lo sabemos todo sobre el cristianismo y que ya nada nos puede seguir llamando la atención. Y perdemos el hambre por las cosas de Dios. En el primer caso, buscar nuevas sensaciones no tendría por qué eliminar a Cristo de nuestro día a día. Todo lo contrario: debería formar parte de toda nueva situación. Si no ocurre eso, es porque nuestra fe adolece de bases sólidas. En el segundo caso, nunca vamos a llegar a saberlo todo sobre Cristo. Es tan amplio e infinito, que tendríamos que vivir eternamente para llegar a comprenderlo más y más. Si piensas que ya dominas todo lo correspondiente al cristianismo, quiere decir que o tienes un ego más grande que el mundo mismo o estás absolutamente desinformado e ignoras que Dios es inasible en su totalidad y que, más bien, deberías pedir por sabiduría para poder entender un poco más. Ningún caso, nada, debe ser excusa para alejarnos de Dios. Si sientes que tu hambre de Dios ha disminuido, examinarte debes. Recuerda que solo la vida en Cristo Jesús nos reconforta y nos da esperanzas, así como certezas.

¿Cuáles son las consecuencias de alejarte del Señor?

La compasión que demuestra nuestro Padre Dios hacia uno de Sus hijos que ha tomado el camino equivocado, se nos revela de forma clara en Jeremías 3:14: «Vuélvanse a mí, hijos rebeldes. Yo soy su Señor. De cada ciudad tomaré a uno de ustedes, y de cada familia tomaré a dos, y los introduciré en Sión».

Así mismo, vemos un ejemplo de la compasión de Dios en la parábola que Jesús enseñó, acerca del hijo pródigo; ya que cuando el hijo perdido regresó arrepentido a casa, el padre corrió hacia él para recibirlo (Lucas 15:11-24). Esa parábola ejemplifica la misericordia y el amor del Padre hacia Sus hijos. En 1 Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad».

El amor que nuestro Padre tiene hacia la persona que se ha alejado de Él es tan maravilloso, que cualquiera podría pensar que Su misericordia casi les permite a los cristianos portar una licencia para pecar. Sin embargo, en Romanos 6:1-2 se nos revela la siguiente verdad: «Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?».

Existen consecuencias de vivir en pecado, o de “sembrar para la carne”. En Gálatas 6:7-9, dice: «No se engañen. Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará. El que siembra para sí mismo, de sí mismo cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos».

Cuando un creyente vive en pecado, comienza a cosechar las consecuencias negativas de sus acciones; en lugar de cosechar las bendiciones que fueron provistas a través de Jesús. Vivir en esa contradictoria situación, no es lo mejor que Dios quiere para Su pueblo. Jesús nos dio la libertad de acercarnos: «…confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda» (Hebreos 4:16). Por esa razón, debemos correr hacia Jesús y no alejarnos de Él cuando fallamos. Dios desea que seamos exitosos, ¡y nos promete Su ayuda, siempre y cuando la recibamos!

Ahora que ya hemos sido redimidos de la ley del pecado y de la muerte, por medio de Cristo (Romanos 8:2). Nuestra responsabilidad es recibir Su poder para vivir en el Espíritu, en lugar de vivir conforme a nuestra naturaleza pecaminosa. Cuando permanecemos en Cristo y recibimos Su poder, ni siquiera contemplaremos la idea de alejarnos de Él.

Pr. Bullón – «Por qué sigues repitiendo el mismo pecado?»

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