salmo328

Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar;
Sobre ti fijaré mis ojos.

Salmo 32:8

“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar;  Sobre ti fijaré mis ojos.
No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento,   Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no, no se acercan a ti”:

La terquedad
(V. 9) Otra vez, David, por haber experimentado el resistir a Dios mientras calló, y sus consecuencias, ahora puede con autoridad enseñarnos a que no hagamos eso que él hizo.

David nos coloca por delante el ejemplo de ciertos animales que son especialmente tercos por naturaleza, y que para manejarlos o dirigirlos, es necesario emplear ciertos artilugios.

Biyn, es la palabra en hebreo que se traduce por entendimiento, y que tiene el sentido de saber separar las cosas, o discernir. Evidentemente un mulo, o un caballo, no tienen esto.

El cabestro, es el ronzal o cuerda que se ata a la cabeza o al cuello de la caballería.

Con el cabestro y el freno se dirige al caballo.

El animal no piensa por sí mismo, sólo, una vez domesticado, obedece instintivamente a los estímulos que recibe por parte del jinete.

Dios no quiere que nosotros, sus hijos, seamos así. Él busca que cada uno decida obedecerle según la guía de su Palabra y de Su Espíritu, de forma libre, voluntaria e inteligente.

¡Por eso hay juicio!

Así como los animales han de ser obligados, y a la postre ejecutan la voluntad del jinete solamente por previo aprendizaje sin la intervención de la inteligencia (de la cual carecen), contrariamente los hombres debemos ser hombres.

Como hombres, y en el caso más concreto, como hijos de Dios, debemos acercarnos a Dios sin la necesidad de elementos que nos obligarían a hacerlo.

Ese acercarnos a Dios es sinónimo de buscar el hacer lo que le agrada.

La terquedad, patente de forma natural y esperada en esos animales aludidos, es un pecado en el hombre.

El hombre no fue creado para ser terco, sino sumiso a Dios. No obstante, por causa del pecado original, la terquedad entró en este mundo hasta este día.

Esa terquedad es fruto de la soberbia y de la consecuente necedad. Por eso la Palabra es clara al respecto:

(Proverbios 26: 4) “El látigo para el caballo, el cabestro para el asno, y la vara para la espalda del necio”

Una de las características de un verdadero nacimiento y crecimiento en santidad, es la sumisión a la Palabra de Dios. Ese es uno de los frutos característicos de un verdadero cristiano. Lo contrario es señal de un falso cristiano.

Ese falso cristiano estará siempre contradiciendo y (o) resistiendo de alguna manera la verdad de la Biblia en cualquiera de sus aspectos.

Estos tercos son los que Satanás ha usado para levantar herejías y falsas religiones a lo largo de la historia eclesial.

El mismo Israel se apartó de Dios por seguir el camino de la terquedad y de la resistencia a lo dicho por Dios:

(Isaías 1: 3) “3 El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”.

La voluntad de Dios para el que decide ir en el camino de la sumisión a Él
(V. 8) “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”:

He preferido analizar el versículo 9 antes que el hecho por razones obvias.

Aquí, en este versículo 8 Dios muestra cual es Su voluntad para todos aquellos que, como David, quieren a la postre vivir de acuerdo a esa voluntad.

“Te haré entender…”:

En ese sentido, Dios quiere hacernos entender. Cuando decidimos andar a la manera de Dios, dejando atrás lo que le desagrada, El quiere hacernos entender.

El necio no entiende, ni entenderá:Aunque majes al necio en un mortero entre granos de trigo majados con el pisón, no se apartará de él su necedad” (Proverbios 27: 22)

Ese entendimiento no debe tomarse de forma exhaustiva. Es decir, no es que Dios nos va a hacer entender todas las cosas de todo, sino lo concerniente al caso que nos ocuparía.

A diferencia del animal que siempre obedece a su amo sin comprender lo que hace, Dios sí quiere darnos entendimiento, aunque ese entendimiento no deberá ir jamás por delante, como condición para la obediencia, sino como consecuencia de la misma.

Es más, ese entendimiento no siempre viene cuando desearíamos, sino cuando Dios lo da. No es en nuestro tiempo, sino en Su tiempo.

Ese entendimiento aludido, no siempre es en forma de información, sino que es sobre todo en términos de sabiduría o de instrucción. Es decir, que a través de ese proceso, Dios nos instruye, y aprendemos en materia de carácter.

La palabra en hebreo es “sakal”, tiene el sentido de “instrucción o enseñanza”.

Así pues, podremos resumir este entendimiento de las siguientes dos maneras:

  • Instrucción o enseñanza de cara al carácter personal.
  • Luz o entendimiento directamente de parte de Dios, por encima del conocimiento natural o espiritual que previamente tenemos.

Así pues, ese “entendimiento” no va tanto dirigido a una simple comprensión cognoscitiva (conforme a la mente natural), sino que – por encima de esto – va directamente dirigido a nuestra edificación como hijos de Dios.

Dios siempre quiere guardarnos de todo peligro de pecado, y en este caso, el solo conocimiento cognoscitivo, y la sola búsqueda del mismo por el mismo, puede llevarnos al engreimiento u orgullo:

“El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8: 1)

El curso de la vida
“… y te enseñaré el camino en que debes andar…”:

Ese “camino”, es en hebreo la palabra “Derek”, y tiene el sentido de “curso de la vida” o “modo de acción”.

El concepto aquí entonces, es que Dios quiere mostrarnos el curso de la vida por el que debemos progresar.

Dios nos lo muestra, pero ese curso de la vida lo debemos seguir nosotros.

Muchos esperan que Dios haga todo mientras ellos esperan sentados, y son muy “espirituales” alegando en su “espero en Dios”, o “espero que Dios haga algo”. Pero eso no es cristianismo.

Si nos damos cuenta, otra de las traducciones de “el camino por el que debemos andar”, es: “modo de acción”, y tal acción se deberá corresponder con la nuestra.

Esto también lo podemos entender por las mismas palabras del Señor Jesús:

(Mateo 28: 20) “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”

El Señor está con nosotros todos los días, pero nosotros estamos en el mundo.

Contrariamente, muchos podrían interpretar ese andar el camino de la vida de manera autosuficiente, o en ese sentir, pero claramente la palabra nos advierte – como vimos – que no seamos tercos e independientes, sino sumisos a Dios en todo (v. 9).

 

Itiel Arroyo, Quien Soy?

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