devocional

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El texto bíblico de hoy: Nehemías cap 9 al 13
Nehemías capítulo 09
Nehemías capítulo 10
Nehemías capítulo 11
Nehemías capítulo 12
Nehemías capítulo 13

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Y los capítulos 1 al 5 de Ester
Ester capítulo 01
Ester capítulo 02
Ester capítulo 03
Ester capítulo 04
Ester capítulo 05

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+ Banco de cheques de la fe
El banco de cheques de la fe 2011 de C. H. Spurgeon
24 de Noviembre

“No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo.” Salmo 103: 9.
Él contenderá algunas veces, pues no sería un padre sabio para tales pobres hijos errantes como somos nosotros. Su reprensión es muy dolorosa para quienes son sinceros, pues sienten cuán tristemente la merecen, y cuán indebido de su parte es contristarlo. Nosotros sabemos lo que esta contención significa, y nos inclinamos delante del Señor, lamentando haberle conducido a estar enojado con nosotros. Pero, ¡qué consuelo encontramos en estas líneas! No contenderá “para siempre”. Si nos arrepentimos y nos volvemos a Él con corazones quebrantados por el pecado y quebrantados a consecuencia del pecado, Él nos sonreirá de inmediato. Para Él no es un placer volver un rostro ceñudo hacia aquellos que ama de todo corazón: Él se goza de que nuestro gozo sea pleno.
Vamos, busquemos Su rostro. No hay motivo para la desesperación, y ni siquiera
para el desaliento. Amemos al Dios contendiente, y antes de que pase mucho tiempo cantaremos: “Tu indignación se apartó, y me has consolado.” ¡Desaparezcan, oscuros presentimientos, cuervos del alma! ¡Vengan a mí, humildes esperanzas y recuerdos agradecidos, palomas del corazón! Quien nos perdonó hace mucho tiempo como un juez, puede perdonarnos otra vez como Padre, y nos regocijaremos en Su amor dulce e inmutable.
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8- Homilética
Homilética es el arte y ciencia de predicar para comunicar el mensaje de la Palabra de Dios. Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar efectivamente. Presenta a través del estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo claro y concreto.

27- LA VICTORIA DEL CRISTIANO (1a Corintios 15:50-57)

Con razón se considera la vida como una lucha. Desde que nacemos empieza la lucha para subsistir. Al principio no somos nosotros solos quienes luchamos, pues el hombre es el más indefenso de los animales; si se nos abandonara a nuestra suerte, probablemente pereceríamos, pero la inteligencia y el amor que Dios ha dado a nuestros progenitores proveen a todas nuestras necesidades; no solamente presentes, sino futuras. Se hace objeto al recién nacido de toda clase de atenciones y cuidados, y se le vacuna contra invisibles enemigos del futuro.

Apenas puede el infante valerse, empieza su lucha propia por la vida: lucha el niño en la escuela para adquirir los conocimientos que necesita; lucha el joven con sus pasiones y sus desengaños; lucha el hombre en sus negocios, para mante­ner su familia; lucha el anciano con sus achaques, y en me­dio de toda esta lucha, no existe otra perspectiva que la derrota final: Una enfermedad más fuerte que nosotros, contra la cual, después de pelear en vano la ciencia se declarará impotente para ayudarnos…. ¡Ciertamente la vida es una lucha que no tiene otra perspectiva que la derrota!

El hombre no se conforma con ser un derrotado, y gene­ración tras generación, prosigue sus esfuerzos para conocer los secretos de la Naturaleza, para vivir mejor y prolongar lo más posible la humana existencia. Nuestra lucha es más fácil hoy día que en la Edad de Piedra o que en la Edad Media, cuando las gentes perecían impotentes por decenas de millares ante una peste…. Sin embargo, a pesar de todos los avances de la ciencia, la muerte parece reírse de nosotros, todavía no tenemos medios eficaces de lucha contra el cáncer y la leucemia; y si llegara el día en que tuviéramos remedio para todas las enfermedades, sólo sería una prolongación de la batalla por la vida durante algunos años más, pues el desgaste natural nos rendiría. El hombre sin fe es un derrotado, quiera o no confesarlo.

  1. Un derrotado victorioso

Pero aquí nos encontramos con un derrotado victorioso que nos abre la perspectiva y la esperanza de una verdadera victoria.

El autor de este escrito era un derrotado…., un hombre cuya vida había sido truncada, cuyos planes fueron desbarátalos en su juventud y se encontraba siendo lo que nunca había pensado ser. En efecto, Saulo de Tarso fue un joven consagrado a luchar por la religión de sus padres, cuando apareció en sus días lo que él juzgaba como una peste religiosa; unos fanáticos que decían que un hombre que había sido crucifícalo por Poncio Pilato era el Mesías. Sin duda, Saulo pensaba que entre las muchas sentencias malas e injustas del procurador romano de que se dolían los judíos, aquella había sido buena. Por lo menos no habría quien llevara multitudes excitadas al santo templo y clamara desde sus atrios: «Escribas y fariseos hipócritas….»

Pero pasan siete semanas y el alboroto se hace mucho mayor, pues han salido unos partidarios del ejecutado diciendo: «Aquel a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor Cristo.» Y citan misteriosos pasajes de los profetas y los aplican a El. Aquel inexplicable pasaje de los Salmos: «No dejarás mi alma en el Sheol, ni permitirás que tu santo vea corrupción», dicen que se refiere a El, a Jesús de Nazaret. Fue levantado de la tumba por la potencia de Dios, está obrando nuevos prodigios….

Saulo se enfurece ante tamaña insolencia y lucha, entrando por las casas para aprehender a los cristianos y obligarles a blasfemar de Cristo. Hasta aquel día que en el camino de Damasco oye la palabras: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?», y tiene que terminar exclamando: «Señor, ¿qué quieres que haga?» He aquí el derrotado, entregando las llaves de su fortaleza…. Como él mismo confesaba años más tarde: «Yo pensaba hacer muchas cosas contra los santos de Jerusalén….»

Pero aquella derrota es su mayor victoria, porque se alía con el «Victorioso»; hace causa común con El; y así, escribiendo a los Corintios, después de narrar las evidencias de la resurrección de Jesús, y de explicar cómo se apareció a Cefas, a los doce, a más de quinientos discípulos, a Jacobo y, últimamente, a él, su mayor enemigo, exclama: «Mas a Dios gracias que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.» ¡Y qué victoria! Oídle (vers. 53 al 57.)

  1. Victoria del pecado

Notad, empero, un hecho curioso, remarcable (vers. 55-56.) La principal victoria no es sobre la muerte, sino sobre el pecado.

La muerte sin pecado no es nada en el mundo espiritual. ¿Habéis visto una abeja después de haber clavado su aguijón a alguien? Es una mosca inofensiva y cansada. ¿Habéis tenido en vuestra mano una víbora sin aguijón? Es una graciosa criatura que se enrosca y desenrosca y puede darse a un niño para jugar sin peligro alguno.

Pablo, el único hombre después de Cristo, que conoce bien los secretos del más allá, dice que la muerte, esta terrible víbora que nos ataca, que se apodera de nosotros, que nos separa de nuestros amados, que transforma nuestro cuerpo, este precioso cuerpo que cuidamos con tanto esmero, es un puñado de polvo y huesos secos, no es de temer…. Es una víbora sin aguijón, podemos reírnos de ella, desafiarla impunemente.

  1. Victoria del temor a la muerte

Por esto, mientras espera ser juzgado por el loco Nerón, el incendiario de Roma, el asesino de sus propios cortesanos familiares, escribe Pablo acerca de la vida y de la muerte como de dos personajes imaginarios que vinieran a su cárcel e Roma haciéndole proposiciones y él no sabe qué escoger, esta es, literalmente, la asombrosa palabra que emplea: «escoger.»

La vida le dice: Si vienes conmigo podrás volver a Macedonia; verás a aquellos hermanos e hijos espirituales que te quieren tanto haciendo fiestas y recepciones en tu honor; les predicarás de nuevo y te gozarás viendo el gozo en sus rostros y nuevas almas salvadas. Después harás tu deseado viaje a España. Qué, ¿no quieres venir conmigo? ¿No quieres la vida? Pide a Dios que Nerón tenga un momento lúcido el día de tu juicio y diga como Galion, el sensato gobernador español (Hechos 18:14-15).

Pero la muerte le dice: Será sólo un momento, Pablo; no seas cobarde. Un golpe un poco fuerte en la nuca, y ya te encontrarás rodeado de ángeles que te llevarán a la Jerusalén celestial…. y pisarás sus calles de oro….; tu espíritu oirá melodías finísimas, de redimidos y de ángeles…. Esteban y Jacobo te esperan, y muchos te darán la bienvenida. Te llevarán ante el amado Rey Jesús, el que viste por un momento en el camino de Damasco. Y no tendrás más cansancios, ni sed, ni hambre; ni verás más injusticias, de pobres esclavos maltratados, de gente llorando sin que tú puedas remediarles su dolor…. Pide a Dios que Nerón se levante de mal alante el día de tu juicio y diga: «Este Pablo, para que no cause más alborotos ni dé más preocupaciones a mis pro-cónsules y prefectos, que le corten la cabeza.»

Y Pablo parece indeciso….

«No sé qué hacer —dice—. Esto último del golpecito en la tuca, y volar al cielo, es muchísimo mejor que el viaje a Macedonia y a España. Pero por amor a vosotros…. sé que permaneceré, que me quedaré acá» (Filipenses 1:20-25).

  1. Victoria sobre la misma muerte

¿Por qué Pablo podía tratar con tal desenfado a un enemigo tan temido por todos los humanos como lo es la muerte? Porque la muerte era para él sin aguijón. El sabía que existen dos muertes: la primera inevitable; la segunda, optativa. La primera no es más que un cambio fisiológico para quien ve la vida humana desde arriba; una etapa en el desarrollo de nuestro ser. Primero el hombre es un bebé que manotea, ríe, parlotea sin saber por qué; luego, un niño que juega ino­centemente; un poco después, un joven lleno de ilusiones; más tarde, un adulto ocupado y resuelto…. y pronto, siempre demasiado pronto, un anciano decrépito…. Luego, cuando me­nos lo piensa, se halla convertido en un ser espiritual, sin cuerpo físico; pero con todas las facultades de su yo consciente. Recuerda su pasado, sus amigos, sus hechos, goza o sufre, puede ser consolado o atormentado, tiene deseos de justicia, alaba a Dios…. Por las enseñanzas de la Sagrada Escritura, sabemos que el ser humano sin cuerpo, puede sentir exactamente las mismas cosas que cuando tenía un cuerpo mortal, pero sin acceso al universo físico. Por esto desea ser sobrevestido. Sin embargo, este deseo no le hace sufrir. Se halla «muchísimo mejor», como afirma san Pablo.

La primera muerte es sólo un cambio de vida, un desarrollo del ser, no una pérdida; como lo es la mariposa con respecto al gusano. La primera muerte, por sí sola, no es más temible que el cambio de niño a hombre; pues como el hombre es más inteligente que el niño, el alma no atada al cuerpo, no sujeta a un sistema nervioso que limite sus posibilidades, posee capacidades insospechadas….

Una lucha ineficaz. Pero la vida humana tiene un terrible peligro: el contacto del pecado. Venimos a un mundo extraño, malo, donde no se cumple la voluntad de Dios, y llevamos dentro de nosotros mismos un virus malévolo: la tendencia natural al pecado. Tus abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, pudieron ser cleptómanos, borrachos, iracundos, sexuales, sodomitas, mentirosos, avaros. No tan sólo la Palabra de Dios, sino la misma ciencia, nos confirman que llevamos en nosotros el germen del pecado. «Tiene un genio como su padre, como su abuelo», decían los antiguos sin saber por qué. Hoy, la embriología nos habla de los misterios del óvulo materno; de los cromosomas y genes que determinan nuestras características, no solamente físicas sino incluso de carácter. ¡Cuan semejante a lo que la teología había venido diciendo con su propio lenguaje acerca del pecado original….!

Pero hay, además, una Ley Divina a la que Pablo llama la «potencia del pecado», que hace al pecado «sumamente pecante»: La revelación de la voluntad de Dios. Sus mandamientos. Y tú puedes libremente oponerte a esta voluntad revelada; puedes decir sí o no a las tendencias de tu yo interno; estás en el campo de batalla de tu propio ser. Gozas de albedrío para inclinarte a un lado u otro, venciendo o cediendo las circunstancias que te rodean y se confabulan a veces tus tendencias naturales para hacer lo que no quisieras.

Algunos hombres aterrados por su condición, emprenden una lucha con el pecado, aguijoneados por su conciencia. A veces incluso sin conocer la ley revelada. Fakires y monjes han herido su cuerpo como si fuera el culpable de sus ten­dencias naturales; pero ello es tan inútil e insensato como el ladrón que castigara su guante. No es el guante el culpable, ni siquiera la mano, sino el «yo» interno que mueve la mano; el alma, que se ha dejado llevar por los instintos del cuerpo, de la herencia, y no ha sido valiente para decir no….

En la lucha contra el pecado, el hombre que la emprende solo, es siempre un derrotado, como lo es en la lucha contra la muerte….

  1. Victoria sobre la segunda muerte

Hemos dicho que Pablo podía tratar con indiferencia a la muerte porque sabía que ésta era sin aguijón para él; había visto el aguijón de la muerte clavado en Cristo, y por su gracia redentora se sentía libre de la consecuencia del pecado, que es «la segunda muerte». Ya no pretendía ganar la victoria por sí mismo; pues sabe que el hombre que lucha solo contra el pecado, por temor a la muerte, es un derrotado en este terreno moral, como lo es en el físico.

Quizá diréis que esta segunda lucha apenas existe hoy día; los hombres han dejado de preocuparse por el problema del pecado; más bien se burlan de tal idea. La Biblia los llama necios (Proverbios 14:9). Sin embargo, el verdadero aguijón de la muerte es el pecado, que causa la segunda muerte, la separación de Dios en las tinieblas de afuera. (Apocalipsis 21:8 y 27.) No queremos hacer descripciones espeluznantes e imaginativas de la condenación, pero debe ser algo bastante trágico para que Dios hiciera lo que hizo a fin de librar a los hombres de tal peligro.

El precio de la victoria. La Biblia dice que «Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios» (1.a Pedro 3:18; 1.a Corintios 15:3; 1.a Pedro 2:24; 1.a Juan 1:9).

Esta es la buena nueva del Evangelio. El remedio infalible a tu necesidad espiritual, a la enfermedad del pecado, que es fatal para tu verdadero yo, tu ser espiritual. Mucho más eficaz que los mejores remedios que la ciencia ha descubierto para el cuerpo, es el remedio divino que Dios ha provisto para tu enfermedad moral, que te llevaría a la muerte segunda, mucho más terrible que la primera. ¿No quieres este remedio? ¿Rehúsas aplicarlo a tu alma? ¿No quieres pedir a Cristo que te salve por los méritos de su sacrificio? ¡Qué triste sería que despreciaras el único remedio eficaz! (Véase anécdota El joven ruso y su madre.) Cristo hizo un sacrificio mucho mayor que este joven. Si lo desprecias, perecerás sin remedio (Hebreos 2:3.)

  1. Victoria en la carrera cristiana.

Cuando hayas ingerido por la fe el remedio infalible con­tra el pecado, cuando seas un hijo de Dios, no habrá cesado lucha: al contrario, se habrá intensificado, pero ¡qué diferencia! Porque no lucharás solo, sino aliado con el vencedor de1 pecado y de Satanás; estrechamente unido a El.

Pablo vivía tan íntimamente unido a Cristo que podía decir: «El cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús (2.a Corintios 13:12).

En Filipenses 3:14 se compara a un corredor deportivo avanzando por un camino equivocado; pero Cristo, su enemigo, le ha salido al encuentro; lo ha parado a las puertas de Damasco y le ha hecho dar media vuelta.

  1. El premio supremo

Ahora Pablo corre con su mirada puesta en el premio de esta soberana vocación o llamamiento. Es también una lucha, una competición, pero una lucha fructuosa en la que sabe que no va a salir derrotado, sino premiado. Y cuando se refiere al premio, ni se atreve a describirlo; deja a Juan leerlo en el Apocalipsis y declara (1.a Corintios 2:9). Por su parte, sólo dice que «estar con Cristo es mucho mejor», lentamente la obra y la vida de Cristo levanta tales sentimientos en el alma cristiana que ya no es el cielo, sino Cristo mismo lo que llena nuestras aspiraciones. Un cielo sin Cristo sería un desengaño. Filósofos cristianos han dicho: «Habría sido bastante condescendiente para el Hijo de ellos hacerse hombre, venir a redimirnos, salvarnos y dejarnos en alguno de sus mejores mundos, volviendo El a su condición de Verbo eterno, invisible sin más trato ni relación con nosotros que con cualquiera de las órdenes de criaturas celestiales.» Pero descubrimos con admiración que no es este el propósito de nuestro amante Salvador. El retiene su cuerpo glorificado y dice (Juan 14:1-3 y 17:24-26).

Por tal razón, Pablo habla de Cristo como cabeza de la Iglesia, el esposo celestial, y exclama: «Todo es vuestro.»

  1. La gloriosa indumentaria del vencedor

Asimismo leemos en Apocalipsis 21:7: «El que venciere, poseerá todas las cosas.» Y en el cap. 22:4: «Verán su rostro y su nombre estará en sus frente», ratificando la promesa de Cristo en Mat. 13:43. ¿No significará esto que cada habitante de la Jerusalén celestial tendrá algo que le distinga, como un redimido, miembro del pueblo privilegiado adoptado por Cristo, y hecho coheredero de su reino eterno?

Conclusión

¡Te interesa en grado sumo ponerte al lado del triunfador! Piensa en la inmensa diferencia que hay entre ser un derrotado sin remedio, sujeto a la muerte, o un vencedor por la eternidad…. Derrotado ya lo estás, hagas lo que hagas, pero en Cristo puedes ser un triunfador y burlarte de la muerte co­mo lo hace Pablo en este brillante pasaje (1.a Corintios 15: 55-57).

Los paganos se sentían admirados y extrañados de la actitud de los cristianos frente a la muerte. (Véase anécdota Justino mártir y el procónsul, pág. 174.)

Su seguridad es una garantía para la nuestra, ya que es­taban tan cerca de los días de Cristo. Si ellos estaban seguros, también podemos estarlo nosotros, poniendo nuestra fe en el Hijo de Dios, el Divino Triunfador, uniéndonos a El por la vida y por la eternidad.

ANÉCDOTAS

EL JOVEN RUSO Y SU MADRE

Un joven campesino que había estudiado en la Universidad de Moscú, se hallaba en su hogar cuando su madre fue mordida por un perro rabioso. El joven, que conocía la eficacia de la vacuna antirrábica, recién descubierta, tomó un trineo y corrió por tres días a la ciudad más próxima para conseguir el precioso remedio. Lo obtuvo a un precio elevado, sin concederse descanso emprendió el camino de vuelta para llegar tiempo de aplicar el remedio y salvar la vida de su amada madre, evitándole graves sufrimientos.

Pero la ignorante campesina, no creyendo lo que le decían acerca de los efectos terribles de lo que parecía una insignificante herida que ya se había curado, se resistió a recibir la punción, y en medio de una discusión  sobre  el  asunto,  logró  apoderarse  de  la  frágil  ampolla  que contenía el líquido salvador, la arrojó al suelo y la pisoteó.

Cuando sobrevinieron los inevitables ataques de hidrofobia, la infeliz mujer se desesperaba reconociendo que por su ignorancia y terquedad había hecho vano el sacrificio de su hijo y se había condenado sí misma a una muerte horrible.

Púlpito Cristiano por Samuel Vila

+ Meditación semanal
Esta semana tenemos otro taller de evangelización
Taller de Evangelismo / Segundo Panel de Preguntas


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Esta semana podrás escuchar la música de Ramón Gonzalez
Llegáronse Los Tiempos
Uno de los diez Te necesito Señor Todo tiene un precio Te amo porque me nace Salmo 3 Sobran razones Solamente vagamos Sombra del que vendra Sufrimiento de Jesús
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Esta semana puedes dispone de un libro cristiano de:
Charles Haddon Spurgeon – Los dos efectos del evangelio
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Durante esta semana tendremos:
Película Cristiana – Nunca me avergonzare de Dios – Te hará llorar- HD

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