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El que mora en los cielos se reirá;
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También Dios se ríe
Dios anunció a Abraham que tendría un hijo con Sara, a pesar de la muy avanzada edad de ambos. Ellos se rieron con incredulidad al recibir la noticia ((Génesis 17.17 y 18.12-15).
Sin embargo, pese al comentario que leemos en el capítulo 18.13 y 14, es evidente que Dios no se enojó ni castigó a Abraham y Sara por su risa, sino que, con notable buen sentido del humor, el mismo Jehová dictó a Abraham el nombre que daría a su hijo: Isaac (cap. 17.19). La versión revisada de 1960 aclara que Isaac significa risa. Otros intérpretes leen, en hebreo, «Yishaq»: «él se ríe», que parece ser la forma apocopada de «Yishaq-el»: «Dios se ríe». Y ¿por qué el Señor no podría reírse?
«Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo», fue el alegre comentario de Sara después del nacimiento de Isaac (Génesis 21.6).
En medio de la tragedia, Dios conservó su sentido del buen humor
La tragedia de Job, con la conocida intervención del Diablo, podría hacernos suponer que Dios emplearía un lenguaje igualmente trágico. Sin embargo, no fue así. Cuando el Señor habló con Job, matizó sus palabras con varias expresiones humorísticas.
- Job 38.21. Luego de preguntarle sobre los misterios de la Creación, Jehová le dice a su hombre: «¡Tú lo sabes! Pues entonces ya había nacido, y es grande el número de tus días» (en otras palabras: «Si tú sabes eso, seguramente has nacido antes de la Creación y ya debes ser bastante viejo»). Es interesante que Dios llegue a decir a Job: «¡Tú lo sabes!», como si efectivamente Job lo supiera, cosa que era del todo imposible. Hay aquí, pues, una fina ironía.
- Job 39.13-18. Jehová alude, en tono ameno, a su propia decisión de dar hermosas alas a un animal tan torpe como el pavo real. Enseguida describe risueñamente las ocurrencias del avestruz, que se olvida de proteger sus propios huevos, sin tener en cuenta “que el pie los puede pisar, y que puede quebrarlos la bestia del campo» »porque le privó Dios de sabiduría, y no le dio inteligencia», aunque termina señalando que «luego que se levanta en alto, se burla del caballo y de su jinete». Precisamente, aquí la «metodología didáctica» del Señor es el humor, y hasta podríase afirmar que la «llave hermenéutica» también se le acerca.
- Job 40.23 y 24. En este pasaje el objeto de las referencias humorísticas es el hipopótamo, beehmot: « sale de madre el río, pero él no se inmuta; tranquilo está aunque todo un Jordán se estrelle contra su boca». Luego Jehová le pregunta a Job si habrá alguien que quiera perforar la nariz del hipopótamo cuando está despierto y alerta (¿para ponerle una argolla de adorno, o para llevarlo a pasear atado del hocico?; no lo sabemos).
- Job 41.5 y 8. Aludiendo al leviatán (¿cocodrilo?), el Señor comienza en el versículo 1 preguntándole si lo va a pescar con anzuelo, o si prefiere enlazarle la lengua con una cuerda En el versículo 3 le pregunta si este animal procurará congraciarse con Job mediante lisonjas, y en el 5: «¿Jugarás con él como con pájaro, o lo atarás para tus niñas?», como si fuera un animalito doméstico para diversión de los pequeños. Estos párrafos, de gran calidad humorística, culminan con un pintoresco desafío: «Pon tu mano sobre él te acordarás de la batalla, y nunca más volverás» (v.8).
- Obsérvese, pues, que Jehová no cree que los acontecimientos dramáticos y difíciles de la vida de Job están reñidos con el buen humor. Por supuesto, el empleo de estas expresiones humorísticas no significa que el Señor haya restado importancia a la tragedia del patriarca. Hasta cierto punto, podría decirse que el atribulado Job fue objeto de la psicoterapia divina, para ayudarlo a superar su estado de angustia mediante el uso del humor. Además, el buen humor de Dios está en claro contraste con la mala fe del Diablo en los capítulos 1 y 4.
- Antes de su tremenda prueba el patriarca Job a riesgo de sorprender a sus relaciones sabía reír (ver cap. 29.24). Después de la aflicción, el lenguaje empleado por Jehová parece estar destinado, entre otros propósitos, a devolver a Job un sano sentido del buen humor. Por supuesto, esto no implica desconocer que Dios también tenía intenciones más profundas pero no hay que olvidar que el buen humor, la alegría, el gozo, son características del espíritu en completa paz con Dios. Se cumple así la involuntaria profecía de Bildad: «Dios no aborrece al perfecto Aún llenará tu boca de risa, y tus labios de júbilo» (cap. 8.20, 21). Comparar Salmo 126.1-3. Dice el psicoterapeuta Ernst Kris en su libro Psicoanálisis de lo Cómico (Editorial Paidós) que «el precioso don del humorismo hace sabios a los hombres; estos son entonces sublimes y están seguros, alejados de todo conflicto».
Muchos gozaron del sentido del buen humor de Jesús
¿Era Jesús un hombre «amargado»? Evidentemente, no.
Ya a la temprana edad de doce años «Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2.52). En otras palabras, el Redentor no sólo crecía bajo la protección de su Padre Celestial sino que también conquistaba la simpatía de incontables seres humanos, a causa de las virtudes de su propio carácter. Eso es gracia. El apóstol Juan dice en su evangelio que él vio a Jesús, durante su ministerio, «lleno de gracia y verdad» (Jn. 1.14). Al respecto, W. H. Griffith Thomas hace notar que en cada página de los evangelios está escrito que Jesús resultaba atractivo para la mayoría del pueblo, sin excluir a los niños. Una de las mejores pruebas del «poder» personal es la actitud asumida por los niños pequeños hacia alguien, y Jesús responde a la perfección las exigencias de ese test.
¿Tenía Jesús un carácter huraño, o «áspero», como el de Juan el Bautista? Tampoco. En Mateo 11.18 y 19, contestando las críticas de sus tradicionales adversarios (que nunca faltan), el Señor describe las diferencias entre él y su primo: «Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores». Los comentarios de sus enemigos demuestran que Jesús era sociable y que compartía amablemente la mesa de otros, participando también en sus fiestas (Juan 2.1-11; Mateo 9.9-13; Lucas 5.29-32; 7.36; 11.37; 15.1, 2, etc.). Desde luego, la sociabilidad de Jesús jamás afectó su santidad. Su vida fue absolutamente impecable. Es cierto que a veces el Señor reprendió duramente a otros comensales; pero en otros casos (como en las bodas de Caná) él compartió el regocijo de los demás invitados.
¿Había sentido del buen humor en Jesús? Sí. Jesús como hombre era perfecto y no podía faltar en él un aspecto tan importante de la personalidad. Un ejemplo interesante es el apodo que les dio a Jacobo y Juan: Boanerges («hijos de trueno», Marcos 3.17). Leyendo en Lucas 9.51-56 nos damos cuenta del carácter violento de estos dos hermanos. Es evidente, pues, que el apodo «Boanerges» es una pintoresca alusión a la manera de ser de ellos, llamados así por Jesús con el fino sentido del humor que el Señor también demostró en el diálogo con Job y en el mandamiento que dio a Abraham, indicándole que el nombre de su hijo debía ser Isaac (risa).
Probablemente, el apodo humorístico que les dio Jesús contribuyó a mejorar el carácter de Jacobo y Juan, recordándoles que debían someterse a la poderosa acción del Espíritu Santo. Cada vez que Jesús, para llamarlos, les decía «vengan aquí, hijos del trueno» (comp. Marcos 3.17), se despertaba en ellos la necesidad de cambiar. El recuerdo de esta «técnica» de Jesús quedó mucho tiempo en la memoria de los discípulos. Cuando Marcos, guiado por el Espíritu a través de los relatos de Pedro, escribió su evangelio, ya habían pasado más de treinta años desde aquellos felices días junto al Maestro. Durante ese período, Jacobo había muerto a manos de Herodes y Juan había llegado a ser un gran apóstol del Evangelio. No obstante, tenía una sonrisa en sus labios. Pedro contó a Marcos ese hecho inolvidable, que los años no habían podido borrar, demostrando que Jesús tenía sentido del buen humor y que sabía usarlo.
© Pensamiento Cristiano. Usado con permiso. Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen III, número 1.
El Señor Se Reira De Ellos
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