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Y Jehová dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre..Exodo 33:17 |
«Que el Padre ilumine los ojos de vuestro corazón» Efesios 1:18
I. INTRODUCCIÓN:
La atención y contemplación de la vida desde la Palabra hay que entroncarla dentro de la espiritualidad cristiana, que nos conduce -y conlleva- el seguimiento a Jesucristo: Ver como Él, aprehender la realidad como Él, valorar la vida como Él y comprometernos como Él se comprometió.
La vida no se puede entender al margen de la misión. Más aún, hacemos contemplación de la vida de cara a la misión.
Se trata de hacernos discípulos para ser apóstoles. Vivir nuestro discipulado desde la misión y vivir la misión como discípulos.
Todo comienza con ver, con mirar la vida, la realidad. Según miremos la vida, así nos situamos, reaccionamos y nos comprometemos con y ante la misma.
La vida pública de Jesús -lo mismo que su vida en Nazaret, como veremos- comenzó con una toma de contacto con las personas y situaciones (Mc 1, 16). La mirada de Jesús a aquellos pescadores los convirtió en discípulos. Y es que en Jesús, como en nosotros, el ver y mirar es la primera forma de acercamiento.
Los sinópticos señalan que el último milagro de Jesús, antes de su entrada en Jerusalén fue la curación de dos ciegos. Y los relatos terminan de la siguiente manera: «Movido Jesús a compasión tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista. Y le siguieron» (Mt 20, 29-34). Sabemos que hacer que los ciegos vean es un signo mesiánico (Cfr Lc 4, 18) y equivale a colocar a las personas en el camino del seguimiento y del discipulado. Por otro lado, en las apariciones del Crucificado-Resucitado a los discípulos se utiliza el término «ophthé» = «se hizo ver». Esto indica que la iniciativa del encuentro pascual viene del Señor, no de los discípulos. Por lo tanto, ese mirar la vida al estilo de Dios es una gracia. Ese descubrir los signos del Reino en la vida, de descubrir las maravillas de Dios en la misma, es un dón.
Una manera peculiar -como veremos- de ese ver de Jesús es la de fijarse y mirar con compasión. Es decir, con ojos de solidaridad, implicándose, haciendo suya la realidad que ve, comprometiendo su persona y misión en la liberación. Esta manera de ver y mirar de Jesús va a configurar a los primeros discípulos (Cfr Hechos 3, 1-10). Es también referencia esencial para nosotros.
Estamos llamados, pues, a superar la ceguera espiritual. Tenemos el riesgo de mirar con indiferencia, o con una mirada moralizante, o con unos ojos ideologizados, «religiosizados»….
El problema está en cómo miramos la realidad. Para nosotros la referencia es la bondad de Dios: «¿Va a ser tu ojo malo porque yo sea bueno?» (Mt 20, 15)
II. LA MIRADA DE DIOS en el Antiguo Testamento
1. Dios mira con bondad y amor.
Ve el mundo como obra de sus manos y con el proyecto de que todos gocen de él y a las personas a imagen y semejanza suya; es decir descubriendo su dignidad como personas y como hijos suyos. Por eso, cuando Dios ve que el mundo no es para todos -cosa que va en contra de su proyecto- y que las personas son desposeídas de su dignidad,…. «Dios lo ve mal».
2. Dios mira y se admira
Ya desde el inicio de la historia humana, Dios no sólo se limita a la creación del mundo y del hombre, sino que, formando parte de su plan creador, mira y se admira de su obra: «y vio Dios… y todo le pareció bien» (Gn 1,4.10.12.18.21.25.31). Lo existente ha asido creado por la Palabra y por ello es significativo, portador de sentido, sentido que el hombre debe descubrir a través de su mirada profunda en la creación.
3. El Dios compasivo escucha los gritos del pueblo e interviene a su favor
De hecho, la historia de las acción salvadora de Dios comienza por el hecho de que Dios «ve la aflicción del pueblo» (Ex 3,7) y «la opresión con que los egipcios los oprimían» (Ex 3,9): así «conoce sus sufrimientos y decide sacarlos de la tribulación de Egipto» (Ex 3,17). Yahvé se mete dentro de los acontecimientos del mundo, en oposición a los ídolos que no tienen relación ni con el hombre ni con el tiempo («porque tienes ojos y no ven, oídos y no oyen»: Dt 4,28; Sal 115,5-7). Siempre que Dios se interesa («ve») a alguien, interviene en su favor, y la experiencia de que Dios ve «hasta en la profundidad» se convierte en una afirmación fundamental de la fe de Israel (Gn 24,32; Sal 33,13). Este Dios que «mira» no tiene miedo de fijarse en un pueblo concreto y particular, con sus nombres propios, con su historia concreta, su geografía y sus fechas: es un mirar selectivo que atiende sobre todo la vida de los más necesitados.
4. El Dios compasivo mira con-pasión, apasionadamente
Luego, su ver es un ver apasionado (=con-pasión), lucido, no distante, ni neutral, ni apático, sino que esa manera de mirar le hace llamar a las cosas por su nombre y señalar con claridad a los responsables históricos de la situación: «la opresión con que los egipcios los oprimen». Ve la vida con amor y desde la Alianza: «He recordado mi alianza» (Ex 6, 5) y se compromete con su liberación: «Os libraré de la esclavitud».
5. El Dios misericordioso mira con amor y crea lazos
Su mirada es una mirada que le acerca y le hace volverse al clamor de los afligidos. Así es el misterio del Dios transcendente en la Biblia. Así lo reconoce el pueblo pobre e indefenso: «Yavé se ha inclinado desde su altura santa, desde los cielos ha mirado la tierra para oír y liberar al cautivo (Sal 102). Su mirar compasivo es su manera de ser: «Clemente y compasivo es Yavé, tardo a la cólera y lleno de amor» (Sal 103, 8). Y el mirar de Dios con amor, crea lazos. Por eso su mirar desde el cielo a la tierra no es pasajero. Su mirar de esta manera le ha dado una manera de ser nueva, encarnada, hasta llegar a la plenitud de la encarnación: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14) Y es que «tanto amó Dios al mundo que nos dio a su propio Hijo» (Jn 3, 16).
6. Mirar la vida con los ojos del Dios compasivo es tomar su mismo punto de vista
Ver la realidad humana como Dios la ve es tomar el punto de vista de Dios. Es decir, un ver encarnado. Esta mirada nos la expresa perfectamente la G S en el primer párrafo: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La Iglesia, por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano de su historia. (G S 1).
7. Mirar la vida con los ojos de Dios supone una actitud contemplativa
Esto implica, al tiempo, un ver contemplativo. Una contemplación que, para nosotros, no implica sólo y en un primer momento mirar como Dios, sino mirar de tal manera que lleguemos a descubrir en la vida las maravillas de Dios, la acción de Dios, a Dios mismo y a Dios mirando dicha realidad. Esto es lo que han hecho las grandes personas de Dios a lo largo de la historia.
8. Moisés, testigo de la mirada misericordiosa de Dios
Tomemos como signo a Moisés. Moisés había crecido «lejos» de su pueblo. Se había desclasado. Pero conservaba en su interior una cierta preocupación por la suerte de los suyos. «Cuando ya fue mayor, fue a visitar a sus hermanos y comprobó su penosos trabajos y vio como un egipcio maltrataba a un hebreo…» (Ex 2, 11). Reaccionó solidariamente, pero se dejó llevar por el miedo y huyó (Ex 2, 15). Un cierto día, estando él huido Dios se le presenta en la zarza que ardía y no se consumía y ahí se produjo un curioso y extraordinario encuentro… Moisés se acercó a la zarza y Dios le invita a descalzarse porque pisaba tierra sagrada. Moisés entonces se cubrió el rostro con la mano, «porque temía ver Dios» (Ex 3, 1-6).
Se da el encuentro y Moisés descubre en Dios, al Dios de su pueblo, al Dios identificado con su pueblo. Descubrió en el corazón de Dios al pueblo oprimido -y es que Dios ya había bajado y había visto a sus hijos maltratados y los colocó más dentro de su corazón-.
En esta contemplación Moisés no sólo descubre a Dios en la zarza de su pueblo y no sólo descubre el pueblo en la zarza de Dios, sino que escucha la voz de Dios remitiéndolo al pueblo a colaborar en la liberación. Y Moisés, desde su nueva identidad -ya no es el huidizo, sino nueva criatura- ya no teme ver a Dios, ya no huye más de su pueblo. Dios le ha prometido «ver su gloria» (Ex 33, 19). A esto nos conduce la atención y contemplación de la vida desde la Palabra de Dios, desde Dios. Y a esto con lleva la contemplación de Dios desde la realidad y la vida, pasando por ese encuentro del hombre con Dios «como un amigo habla con otro amigo» (Ex 33, 11)
9. Mirarnos a nosotros mismos con la mirada misericordiosa de Dios
Por último, apuntar que no sólo se trata de ver como Dios ve, sino de verse a sí mismo como Dios nos ve. Él es el que «escruta los riñones y el corazón» (Jer 11, 20). Él conoce nuestros movimientos y pensamientos: «Sabes cuándo me siento y me levanto, mi pensamiento calas de lejos» (Sal 139, 2)
Este es el Dios que Jesús nos presenta: «Como tu Padre que ve en lo secreto» (Mt, 6, 4.6)
III. LA MIRADA DEL DIOS COMPASIVO EN EL NUEVO TESTAMENTO
Esta mirada de Dios encuentra su continuidad, expresión y hondura en la mirada de Jesús:
1. Síntesis:
a) Es un ver desde dentro
Ver desde dentro los acontecimientos, sintiéndose implicado en ellos. Ésto supone inserción y compromiso, es decir, una actitud ‑afectiva y efectiva‑ de encarnación.
b) Ver con ojos de solidaridad,
con corazón. El amor cambia los ojos y afina la sensibilidad.
c) Ver desde la perspectiva evangélica de los pobres
e insignificantes. Tener ojos para lo pequeño y humilde aviva la capacidad de compasión y ternura.
d) Sin ingenuidad,
buscando comprender las raíces personales y sociales y las consecuencias que generan.
e) Ver con sentido crítico,
f) Ver en profundidad …
… intentando llegar a las actitudes éticas y espirituales implicadas. Así, al ser confrontadas con la Palabra de Dios será posible trazar un camino de verdadera conversión.
g) Verse a uno mismo con los ojos de Dios.
Es lo del Sal 138: «Tú me sondeas y me conoces…». Esto nos creará apertura y disponibilidad ante la Palabra de Dios y los hermanos.
2. Mirando el Evangelio:
a) Una mirada que convoca
Jesús ve a las personas no de manera neutra o impersonal, sino que establece con ellas un vínculo de relación y amistad. Una mirada que convoca: «Vio a Simón y Andrés… les dijo: Venid conmigo…. Poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan…. y los llamó» (Mc 1, 16‑20). En el Evangelio de Juan Él ve a los discípulos que le siguen y les invita a que ellos también lo vean y se mantengan en relación con Él (Jn 1, 38‑39)
b) Mirada con profundidad
El ver de Jesús tiene una dimensión de profundidad. Descubre lo más hondo de las personas. Su mirada hace posible una relación con las personas que les abre a caminos y horizontes insospechados. Por ejemplo ante Natanael (Jn 1, 47‑51).
c) Mira con predilección y exigencia
Otras veces su mirada cobra especial intensidad para indicar una llamada de predilección y de exigencia, como en el encuentro con el joven rico: «Fijando en él su mirada lo amó y le dijo: «Sólo una cosa te falta..» (Mc 10, 21). También en relación con Pedro su mirada desempeña un papel muy importante: «Fijando en él su mirada le dijo: «Tú eres Simón.. te llamarás Cefas» (Jn 1, 42). Y después de las negaciones, «el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor…. Y saliendo fuera rompió a llorar amargamente» (Lc 22, 61‑62). La mirada llena de amor y misericordia de Jesús alienta los procesos personales, la vocación de sus discípulos, sus titubeos, sus logros. Acoge y compromete, invita a una fidelidad más amplia y generosa. Reclama ser correspondida en libertad con una entrega confiada y consecuente.
d) La mirada compasiva de Jesús
Pero hay un rasgo especialmente significativo de la mirada de Jesús y de cómo se acerca a la realidad y a las situaciones que viven las personas. Los evangelios nos subrayan la compasión con que Jesús mira a las personas y acontecimientos. Ante el leproso suplicante: «Jesús, compadecido de él, extendió su mano, lo tocó y quedó limpio» (Mc 1, 40). Ante la viuda de Naín: «Al verla el Señor, tuvo compasión de ella y le dijo: «No llores» (Lc 7, 13‑14). Ante el ciego de Jericó, éste exclamó: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí» (Mc 10, 47). Lo mismo ante la muchedumbre vejada y como ovejas sin pastor: «Sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas sin pastor» (Mt 9, 36).
Este ver y sentir compasión es un ver solidario y comprometedor. Supone hacerse parte y compartir, implicarse, sentir como propia la situación que afecta a los otros. No es lo mismo que sentir lástima. La lástima se puede sentir desde la lejanía, la compasión, no. Compasión es padecer‑con, sentir‑con. Expresa solidaridad profunda en el sufrimiento o alegría y tomar parte en la acción que dicha situación requiere. Ver y sentir compasión reclama responsabilidad y compromiso.
Este mirar con compasión de Jesús le sitúa a Jesús en un ángulo peculiar de sensibilidad para captar la realidad y situarse ante ella. Por ejemplo, su sensibilidad sobresale ante lo pequeño e insignificante: los hechos que hemos señalo anteriormente: los ciegos, el leproso, la viuda, la muchedumbre hambrienta, los niños sin importancia por su debilidad, los pecadores públicos… Esta manera de mirar de Jesús le proporciona una manera de ver y situarse ante los acontecimientos de una forma especial y peculiar, más aguda: lo que le importa es el sufrimiento de los pobres y pequeños; desde ellos mira y comprende los problemas de los demás. En el fondo es situarse desde el lugar teológico del pobre. Así Jesús percibe sus congojas, sus aspiraciones, sus anhelos de vida, capta su fe. Hay una sintonía ‑casi espontánea‑ para ver toda la realidad desde los pobres. Y esto es también la compasión. Cosa contraria es la mirada de sus enemigos, los fariseos y bienpensante. Éstos se escandalizan de cómo se sitúa Jesús ante los pecadores y los pobres ‑la chusma‑ (Mc 2, 16; 3, 2;2, 6). No tienen ojos limpios. Los puros no tienen ojos limpios, no saben mirar con misericordia, todo lo juzgan desde la ley, desde las normas, desde la ideología… lo estropean todo.
En esta línea del ver compasivo tenemos la parábola del Padre misericordioso (Lc 15, 11‑32) donde contrastan dos miradas bien distintas ante el hijo pequeño: la mirada del Padre (Dios) y la del hijo mayor (fariseos, bienpensantes..). También está la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29‑37), donde contrastan la mirada del samaritano (del hereje, de Jesús) y la mirada del sacerdote y levita (los buenos, puros y religiosos, de los ortodoxos). Jesús valora la mirada de la ortopraxis más que la de la ortodoxia que no conduce a la compasión y al compromiso por el hermano.
e) Jesús mira entrañablemente a los que tienen compasión de los pobres
Es muy importante descubrir la reacción de Jesús ante los que miran los pequeños y pobres con compasión. Ante los que llevaban en la camilla al paralítico, nos dice el Evangelio que Jesús reconoce la fe de ellos… (Mc 2, 5) y eso desencadena salvación y vida.
f) La mirada de Jesús va desde lo exterior a la mirada de fe
Las mirada de Jesús es una mirada capaz de descubrir lo exterior («Jesús observaba el alboroto ‑de la casa de Jairo‑, y unos que lloraban» Mc 5,38; una higuera que estaba cerca del templo: Mt 21,29), para desde allí pasar, sin cesar, al interior («viendo Jesús su pensamiento»: Mt 9,4; «viendo Jesús lo que pensaban»: Lc 9,47; «viendo que el escriba había contestado con sensatez»: Mc 12,34), y desde aquí pasar con facilidad, sin verbalismo ni moralismos doctrinales, a la fe y a las mirada según Dios («viendo Jesús ‑al joven rico‑ les dijo: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas puedan pasar al Reino de los cielos»: Lc 18,24; «alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el cepillo del templo, vio también a una pobre viuda que echaba unos céntimos, y dijo: De verdad os digo que esta viuda ha echado más que todos. Porque éstos han echado como donativo lo que les sobraba, mientras que ella en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»: Lc 21,1‑3; «le preguntaban unos niños para que los tocara, pero los discípulos les reñían. Pero Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios»: Mc 10,13‑15).
3. Jesús enseña mirar la vida a los discípulos
a) Les ayuda a descubrir quienes son los necesitados de liberación
Jesús se hace acompañar por los discípulos a comer a casa de pecadores y ahí los discípulos van a descubrir que «no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos» (Mc 2, 15)
b) Les enseña a mirar la ley al servicio del hombre
Van de camino, los discípulos tienen hambre y se ponen a comer las espigas de los campos. Es sábado y los fariseos, que los ven, se indignan. Jesús les va a ayudar a ver que «el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 23‑26). Que la economía está para servir a la persona y no la persona para estar sometida a la economía -causa fundamental y raíz de la injusticia que padece el M.O. en nuestro sistema-.
c) Jesús les ayuda a descubrir la acción del Padre en la vida y cómo lo sustenta todo:
«Mirad las aves del cielo… y los lirios del campo…. ¡Cuanto más cuidará el Padre de vosotros!» (Mt 6, 25‑34). Cómo el Padre actúa en la historia del Mto. Obrero, haciendo ahí historia de salvación.
Estando en el templo ve a una pobre viuda echar lo que tiene como necesario en el cepillo del templo. Jesús los llama y les hace fijarse en la riqueza que encierran los hechos sencillos de los pobres y lo que significa el compartir evangélico (Mc 12, 41‑44) Esta es una característica muy propia del M.O.
d) Les ayuda a descubrir la importancia de fondo de los verdaderos profetas ante la vida de Juan el Bautista
(Mt 11, 1‑11) ¡Con cuantos Juanes Bautistas -aún militantes no creyentes- nos encontramos. en…!!
e) Les cuestiona su cerrazón de mirada
Les cuestiona por la cerrazón de su mente que les impide ver el fondo de las cosas ante la preocupación exagerada de no tener pan para comer en un v viaje que están haciendo. Y Jesús les hace ver que es mucho más importante proveerse de otro tipo de levadura: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos» (Mc 8, 14‑21) ¡Guardarse de la levadura del sistema!
f) Les enseña a descubrir en la vida la experiencia pascual
Se esfuerza muchísimo Jesús en hacerles ver y comprender la experiencia pascual y cómo el Mesías ha de sufrir y morir para resucitar. Y que lo que le sucederá al Mesías, les espera a ellos (Mc 8, 31‑33; 9, 30‑32; 10, 32‑34) La experiencia pascual y martirial de los militantes en su compromiso y lucha contra el sistema -que es un sistema de pecado-
g) ¡Que vigilen porque Dios pasa por la vida..!
En definitiva, Jesús les llama la atención constantemente para que estén en vela, atentos en todo momento, vigilando, pues Dios pasa por la vida cuando menos los esperamos (Mc 13, 35‑37; 14, 38) Ser contemplativos en la acción…
h) Mirar de esta forma es fundamental para evangelizar
Mirando así, es como podremos evangelizar y no convertir la misión en mero adoctrinamiento o en mera cuestión ética. Como dice la primera carta de san Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó), lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos…» (1 Jn 1,1‑3). Sólo se puede evangelizar y dar testimonio de lo que hemos oído, de lo que hemos visto, de lo que contemplamos y tocan nuestras manos, si no queremos que la evangelización sea una farsa, un sembrar en el camino y un echar agua en un aljibe agrietado.
Lo que Dios ve que yo no veo – Carlos Olmos
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