lagrimas

Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Juan 20:15

Hay tantas situaciones a lo largo de nuestra vida dónde solo podemos demostrar nuestra situación anímica ya sea de alegría, de tristeza o de impotencia, a través del llanto.

Aquí vemos reflejada una de esas situaciones en la Biblia, y en algunos vídeos también podemos verla en situaciones cotidianas de la vida.

Esta pregunta tiene dos enseñanzas importantes que aportarnos. Ella nos revela el corazón consolador de Cristo y nos invita a no estancar la vida en un sepulcro.

Pocas personas sintieron más la muerte de Jesús que María de Magdalena. Tal vez pocos, en verdad, lo amaban con más fuerza. De ella había expulsado el Señor siete demonios, renovado en su corazón la tierna capacidad de amar con dignidad. Con la cruz se quebraron sus sueños e ideales y un hombre sin soñar se muere. Todo parecía haber llegado al fin. Esa mujer apasionada y fiel sintió que lo puro, lo espiritual ya no tenía lugar en esta tierra.

El dolor rompió sus esperanzas y la ancló en el pasado.

A pesar de las palabras del Maestro, quiso poner su último consuelo en un cadáver. Mientras quedara algo del Señor podría seguir viviendo al menos del recuerdo. Pero ese no es vivir. Rompiendo toda lógica quiso aferrarse a un muerto, y como hija de Israel pensó empaparlo con óleos y resinas. Corrió al sepulcro cuando era muy temprano. Quería estar allí, detener la vida y sepultarla junto con su Señor.

El desconcierto fue para ella inmenso al descubrir que la gran piedra estaba puesta al lado y que el cuerpo del Señor no se encontraba allí. Ya no tenía rumbo en esta vida… su mundo se acababa para siempre. Desesperada acudió a Pedro. No podía ni siquiera conservar escondido en una roca al que la hizo vivir. La muerte del Señor le había arrebatado el sentido de su vida, pero este robo del cuerpo inanimado rompía la última atadura. No le quedaba nada… “se han robado de la tumba a mi Señor y no sabemos donde lo han puesto”. Ella lloraba y en eso seguía siendo humana. Como para muchos hombres y mujeres, las lágrimas le hicieron ver la luz.

“¿Por qué lloras?” Alguien a sus espaldas se preocupaba de ella.

¿Por qué tu fe no traspasa las rocas… no llena los vacíos? ¿Por qué me quieres muerto? ¿Por qué tu amor no es capaz de transformar esta partida en fuente de esperanza? ¿Por qué no haces fecundo tu dolor?

“Mujer, ¿por qué lloras?”, le preguntó Jesús. Pero ella no pudo reconocerlo. El sufrimiento hacía inalcanzable la presencia.

Ella no era capaz de razonar. Ella no podía hacer resonar nuevamente los anuncios que el Señor había hecho. Ella leía los acontecimientos con la peor de todas las lecturas… y no le dejaba ningún espacio a la Resurrección: “Se han robado a mi Señor”… En esto ¡que humana era María!

Todos tenemos algo de esta pobre mujer… A menudo nos aferramos al dolor, parece más seguro poseer un cadáver que permitirle a Dios entrar y salir por nuestras vidas con la fuerza radiante del Espíritu. La enfermedad, la soledad, la pena, muchas veces nos nublan la mirada y el Señor se nos va. El llanto pierde todo sentido y se hace pura vaciedad.

“¿Por qué lloras?”

Pero en ese momento se produjo el segundo gran milagro en la vida de la Magdalena, ciertamente más importante que el salir de demonios. Sintió su nombre… sintió la palabra creadora de Dios que la hacía de nuevo, sintió que la querían:

“¡¡María!!” ¡Eso sólo bastó!

El Evangelio nos cuenta que las ovejas reconocen la voz de su Pastor. Esa mañana la mujer de Magdalena experimentó toda la capacidad de consuelo de la voz de Jesús. Ella se supo conocida por dentro, acompañada, comprendida e invitada a volver a vivir.

“Rabboni” fue la respuesta… Esta vez el don era total y definitivo. Rabboni en hebreo quiere decir maestro y para una persona del oriente eso lo implica todo. Detrás de tal palabra María le dijo a su Señor: “No importa que no estés. Yo me alimentaré de tu palabra y viviré de ella… y la anunciaré a mis hermanos». La fe ya no necesitará tu presencia en un sepulcro. Y entonces se secó su llanto.

Cuando un cristiano sufre, tiene que ser capaz de reconocer la presencia extraña del Jardinero que vuelve a hacerle la pregunta de la resurrección: “¿Por qué lloras?”


Jesús En Medio de Nuestro Sufrimiento – Itiel Arroyo

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