Taller familiar
Samuel Clark
“Éxito” en la Familia
Queridos amigos:
He estado leyendo en el Antiguo Testamento en estos días y he observado que muchos padres de fe y poder con Dios no tuvieron “éxito” con sus hijos. Para nombrar algunos: Adán, Noé, Jacob, Moisés, Aarón, Samuel, David y Salomón. Otros buenos hombres tuvieron unos hijos “pródigos”, como Ezequías, el padre de Manasés, el peor rey de Judá, y Josías, el padre de tres hijos malos: Joacaz, Jeconías y Zedequías.
¿Por qué sucede esto? Debemos aprender la gran verdad de Juan 1:12,13, que el nuevo nacimiento no es por “sangre”, o sea, la raza, familia o los padres. No es por voluntad de carne, o sea, la disciplina, el estudio, el esfuerzo personal. No es por voluntad de varón, o sea, la voluntad de otro sobreimpuesto, tratando de disciplinarles aun en contra de su propia voluntad. Es de Dios, o sea, la obra del Espíritu Santo. El vivifica el espíritu de un hijo con la Palabra viva que ha sido sembrada y demostrada en la vida de sus padres y otros cristianos. Oigo de muchos “hijos pródigos” que los padres trataron de forzarles a ser cristianos. ¡Cuidado con esto, amigos! Sus hijos tienen que ser salvos como cualquier otro. “La fe viene del oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17).
Pablo y Silas prometieron al carcelero: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y toda tu casa” (Hechos 16:31). Es una promesa, una profecía para aquel carcelero. Hay quienes lo sacan fuera de su contexto y lo reclaman como “su promesa personal” y creen que es la salvación casi automática para los hijos.. Es posible que Dios te lo dé como promesa. Pero no es una promesa para “todo aquel que cree en Cristo”. Tengo demasiados amigos cuyos hijos son rebeldes, ateos, agnósticos o escépticos a pesar de la fe viva de sus padres. He visto muy pocos de estos hijos venir finalmente al Señor. No es una promesa general o universal. Para que lo fuera, Dios tendría que forzar a esos hijos a convertirse, Y El no hace eso.
Lo que hace es enviarles personas que los pueden hablar; les manda experiencias que les hacen pensar acerca de sus vidas. Esto lo hará Dios porque El quiere que todos sean salvos, pero no por la fuerza. No conozco a nadie que me haya dicho: “Dios me forzó a ser cristiano.” Es una decisión del libre albedrío, y Dios se encarga de darles la oportunidad.
Quiero proponerles otra definición del “éxito en la familia” y librarnos de una definición que no es cierta. El verdadero éxito en la familia cristiana es el haber creado juntos, esposo y esposa, un ambiente favorable para la siembra de la Palabra de vida. Así que cada hijo tendrá la oportunidad de oír y creer el Evangelio. Si la pareja puede hacer esto por los 25 años de la época de la crianza de los hijos, Dios hará el resto en contestación a sus oraciones por su salvación individual. Mi definición no demanda la salvación de mis hijos, ni me atrapa en el error de considerarme un fracaso si un hijo o más rehusan seguir a Cristo.
He visto que esto es muy común entre nosotros que tenemos hijos adolescentes y jóvenes que no creen. Si el éxito depende de lo que otro haga o no haga, vamos a tener muchos fracasos en la vida. Más bien, cada alma tiene que tomar su propia decisión y ser responsable por ella ante Dios.
Pasajes como los siguientes nos ayudan en oración por otros que están oyendo el Evangelio:
Isaias 54:13 – Dios sí se compromete a enseñar a nuestros hijos (amigos y familiares) y así darles la oportunidad de creer y experimentar Su paz.
Juan 6:44,45 – Dios tiene que traer a las personas a Su Hijo y lo hará porque pedimos y damos buen testimonio de El.
Juan 16:8,9 – El Espíritu de Dios tiene que convencerles que el pecado que condena es no creer (“rehusar creer” – Juan 3:36).
2 Cor. 4:3-6 – Sólo Dios puede mandar la luz en las tinieblas creadas por Satanás pero nosotros podemos predicar a Jesús y servir a otros.
1 Pedro 1:23-25 – La Palabra de Dios tiene que llevarles al nuevo nacimiento, pero nosotros tenemos que pedir que llegue a sus corazones.
Apocalipsis 3:20 – Cristo está tocando en sus corazones y podemos orar para que le escuchen y quieran invitarle a entrar en su vida.
Los padres tenemos una fuerza moral y razonable que nos ayuda a evangelizar a nuestros hijos. Somos relacionados por la carne y tenemos el derecho de cuidar a nuestros hijos por el amor que les tenemos. ¿Qué no hará un padre o una madre para su carne y sangre?
Permítanme dar una palabra de advertencia. Lo más natural para los padres, cuando los hijos no creen, es sentir vergüenza y no querer revelarlo a nadie. ¿Por qué? En mi caso era el orgullo. ¿Cómo podría yo ser un maestro bíblico y escribir sobre la familia cristiana cuando un hijo no creía en Cristo? Ese orgullo echó a perder mis esfuerzos para ayudar a mi hijo y me hacía sentirme hipócrita. Así el enemigo nos calla. El único remedio al orgullo es la cruz de Cristo. Unidos a El, Su muerte es nuestra muerte a la vida carnal y permite que nuestro espíritu sea lleno del Espíritu de Cristo. El nos enseña la mansedumbre, la humildad, la paz y todo lo que es lo opuesto del orgullo.
El éxito en la familia no permite ningún orgullo porque testifica a Cristo, nuestra única esperanza de gloria. Cualquier éxito que no testifica a Cristo no es el que perdura. Cuando nuestra carne se gloría, es una pobre imitación de aquella gloria verdadera cuando Cristo lo hace todo. Por esto Pablo pudo decir “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor. 15:10).
Este es un tema difícil de tocar porque se trata de lo que más amamos en la vida, nuestros hijos. Por esto tenemos que definir bien la meta que tenemos para ellos en términos espirituales y eternos, no solamente en lo material. Que Dios nos ayude a perseguir el éxito verdadero en nuestras familias para que Cristo reciba toda la gloria.
Abrazos, Samuel