Un día, siendo yo un judío, ateo convencido, ore a Dios. Mas o menos mi oración fue así: “Dios tengo el convencimiento absoluto que Tu no existes, pero por si acaso existieras, cosa que dudo, no es deber creer en Ti, pero si es Tu obligación revelarte a mi”. Si, yo era ateo, pero eso no traía paz a mi corazón. |
![]() |
Al mismo tiempo, un carpintero anciano en las montañas de Rumanía, oraba de esta manera: “Mi Dios, te he servido aquí en la tierra y te pido que me des una recompensa tanto aquí como en el cielo. La recompensa que quiero es que no muera sin antes haber traído a Ti a un Judío, puesto que Jesús era Judío. Pero soy pobre y estoy viejo y enfermo, no puedo salir de aquí en busca de uno de ellos, y bien sabes que en este pueblo no vive ninguno. Trae, Señor un judio hasta acá, haré todo lo que este en mi para llevarlo a Cristo” |
![]() |
Algo irresistible me trajo a ese pueblo. Yo no tenía nada que hacer allá. Existen doce mil pueblos semejantes en Rumania. Sin embargo, yo viaje a ese pueblo. Viendo el carpintero que yo era judío, me lleno de atenciones como nunca una hermosa muchacha se vio atendida. En mi había visto la respuesta a su oración y me obsequio una Biblia. Yo había leído muchas veces la Biblia, pero solo por interés cultural. En cambio, la Biblia que me obsequiara aquel anciano me dio la impresión de ser totalmente diferente. Esta parecía no estar escrita simplemente con letras, sino con las llamas de amor de sus ardientes oraciones. Según me confeso mas tarde, el y su esposa habían pasado horas enteras orando por mi conversión y la de mi mujer. Me resultaba difícil leerla, pues solo atinaba a llorar cuando comparaba mi vida con la vida de Jesús; mis impurezas con su pureza; mi odio con su amor. Mas a pesar de eso me acepto como uno de los suyos.
Al poco tiempo se convirtió mi esposa. Ella atrajo a otras almas a Cristo, las que a su vez atraían a otros a nuestra fe. De esta manera nació una nueva congregación luterana en Rumania.
Anterior | Siguiente |