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El banco de cheques de la fe 2011 de C. H. Spurgeon
20 de Abril

“El justo por la fe vivirá.” Romanos 1: 17.
No he de morir. Yo debo creer, y, en verdad, creo en el Señor mi Dios, y esta fe me mantendrá vivo. Yo quiero ser contado entre aquellos que son justos en sus vidas; pero aun si fuese completamente maduro, no querría procurar vivir por mi justicia: me asiría a la obra del Señor Jesús, y todavía viviría por fe en Él y por nada más. Si yo fuera capaz de entregar mi cuerpo a la hoguera por mi Señor Jesús, no confiaría en mi propio valor y constancia, sino que todavía viviría por fe.
“Si fuese un mártir en la hoguera
Argumentaría el nombre de mi Salvador;
Suplicaría el perdón por Su intercesión,
Y no reclamaría ningún otro derecho.”
Vivir por la fe es algo más seguro y más feliz que vivir por sentimientos o por obras. El pámpano, viviendo en la vid, vive una vida mejor que si estuviera solo, aun si fuese posible que viviese completamente separado del tallo. Vivir aferrándose a Jesús, y recibir todo de Él, es algo dulce y sagrado. Aun el más justo ha de vivir de esta manera, ¡cuánto más he de hacerlo yo que soy un pobre pecador! Señor, yo creo. He de confiar en Ti enteramente. ¿Qué otra cosa podría hacer? Confiar en Ti es mi vida. Siento que así es. Voy a adherirme a esto hasta el fin.
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3- Vida de Jesucristo
Vida de Jesucristo presenta los eventos principales de la vida de Cristo basado en una exposición del Evangelio según San Marcos. Considera el trasfondo histórico del tiempo para entender el mensaje de Cristo y cómo sirve de ejemplo para la Iglesia hoy.

10- LA DEBILIDAD DEL MUNDO por Ray C. Stedman

Hoy queremos examinar tres incidentes de la vida del Siervo de Dios, como Marcos ha contado su ministerio, con los incidentes entremezclados en los que se encuentra el caso de la hijo de Jairo, a la que levantó de entre los muertos, y la curación de la mujer que tenía flujo de sangre, en la segunda mitad del capítulo 5 y luego la segunda visita de nuestro Señor a su ciudad natal de Nazaret, en las primeras palabras del capítulo 6.

Estos incidentes concluyen una sección del evangelio de Marcos, que hemos estado estudiando ya durante algún tiempo. El tema de esta sección es los efectos de la popularidad. Esta fue la época en la que nuestro Señor disfrutó de mayor popularidad, cuando vinieron a él personas de todo el país, del este, del oeste, del sur, del norte y de dentro de las fronteras de Israel e incluso de fuera de ellas. Llegaron a él en grandes multitudes, apretujándole y persiguiéndole por dondequiera que iba. Muchas personas consideran hoy que la señal del éxito es tener un gran seguimiento popular, pero Marcos se cuida de detallar estos incidentes de modo que nos demos cuenta de que eso no era de ayuda para Jesús, sino mas bien un obstáculo. Hemos visto algunos de los efectos de la popularidad de nuestro Señor: la oposición que despertó, la necesidad de atenuar la luz que se enciende como resultado, por lo que el Señor tuvo que empezar a hablar valiéndose de las parábolas en lugar de hacerlo de una manera directa como lo había hecho con anterioridad; el agotamiento físico que le producía, estaba cansado, agotado, y por ello se sentó en una barca y cruzó el mar de Galilea, como vimos juntos en nuestro último estudio y la inconstancia de la reacción representada por la multitud al otro lado del mar, que le pidió que se marchase de su vecindario por haber sanado al hombre que estaba endemoniado.

Hoy llegamos hasta estos incidentes que son un ejemplo de la impotencia de la naturaleza, la debilidad del mundo, la incapacidad de la vida natural a la hora de suplir las necesidades de los corazones que sufren. En este relato tenemos dos personas que estaban sufriendo: Jairo, el dirigente de la sinagoga, cuyo problema era el temor y el dolor por la muerte de su hija y la mujer que durante doce años había tenido que soportar el dolor, la vergüenza y la angustia de tener un flujo de sangre. Primeramente examinaremos el caso de Jairo, comenzando con el versículo 21:

“Cuando Jesús había cruzado de nuevo en la barca a la otra orilla, se congregó alrededor de él una gran multitud. Y estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo. Cuando le vio, se postró a sus pies y le imploró mucho diciendo: –Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva y viva. Jesús fue con él. Y le seguía una gran multitud…”

Debió de ser muy difícil para Jairo poder llegar hasta Jesús, como nos indica Marcos. Nos dice que Jairo era uno de los principales de la sinagoga, por lo que debió haber algunas fuerzas que le impedirían llegar. En ese momento determinado las sinagogas estaban prácticamente cerradas al ministerio de Jesús. Había sanado a tantas personas en sábado y había ofendido de tal modo a los fariseos que habían impedido que Jesús realizase su ministerio dentro de la sinagoga. Jesús se encontraba en esos momentos en el campo, predicando en las colinas. Pero con todo y con eso, vemos como uno de los principales de la sinagoga, el hombre más destacado de la sinagoga mas importante de Capernaum, lo cual equivaldría a ser el “Presidente de la Junta de Ancianos” de esa sinagoga, viene a Jesús y le suplica que sane a su hija. Estoy seguro que tuvo que vencer sus problemas de orgullo, sus prejuicios e incluso la vergüenza que sentiría, antes de acercarse a aquel maestro itinerante, que había sido rechazado por los principales eruditos y maestros de aquellos días, este alborotador que iba de pueblo en pueblo enseñando cosas que estaban trastornando a la gente y en opinión de los fariseos por lo menos, que eran con frecuencia contrarias a la ley de Moisés. Jairo tuvo, pues, que dejar su posición privilegiada, acudir y postrarse a los pies de Jesús y suplicarle que le ayudase.

Por lo que había ciertas fuerzas que impedían que fuese, pero por encima de ellas estaba su temor que era superior y que le hizo acudir a Jesús, el hecho de que su hija de doce años estaba enferma, al borde de la muerte, y él lo sabía. Era el caso de un padre desesperado. Los que somos padres sabemos que no hay agonía semejante a la que sentimos cuando nuestros pequeños se ven amenazados por la muerte. Si alguna vez se ha encontrado usted junto a una cuna, como me ha pasado a mi, contemplando una pequeña cabeza, debatiéndose por causa de una fiebre muy alta, sabe usted algo acerca de la manera en que el temor se apoderó de su corazón en esos momentos.

No olvidaré nunca una ocasión, hace ya algunos años, en que mi esposa y yo pasábamos con el coche por Oregon con nuestra pequeña Susan. La noche anterior había estado con fiebre, en el motel en el que pasamos la noche, pero no parecía grave. Pero de repente, cuando íbamos en el coche, y ella iba en brazos de su madre, empezaron a darle convulsiones. Se le quedaron los ojos en blanco, el cuerpo comenzó a sacudírsele y era evidente que corría gran peligro. Recuerdo que se me encogió el corazón. Detuve el coche, crucé a trompicones la carretera para llegar a una granja que casualmente estaba cerca. Debían de ser aproximadamente las seis de la mañana, pero llamé con fuerza a la puerta. Acudió una señora a abrir y le dije: “Mi hija está muy enferma, le están dando convulsiones. ¿Tiene usted una bañera donde la podamos meter en agua caliente?” La mujer se quedó tan anonadada que a penas supo qué decir. Hizo señas en dirección al fondo del pasillo, y sin esperar que me dijese nada mas abrí la puerta, fui por el pasillo y comencé a llenar el baño de agua. Mas tarde averiguamos que aquella familia era la única que tenía una bañera y un teléfono en muchas millas a la redonda. Llamamos a un médico e hicimos los arreglos necesarios para llevarle el bebé. Todo salió bien, pero no he olvidado nunca ese momento en que parecía como si se fuese a morir. Eso fue lo que impulsó a Jairo, ese padre dominado por la angustia, a acudir a Jesús, el temor a que su pequeña, que había bendecido su hogar y lo había llenado de luz y alegría, se les iba a morir.

Pero también tenemos evidencia de la fe que tenía aquel hombre. Marcos se asegura de decirnos que cuando acudió junto a Jesús, cayó a sus pies y le dijo: “¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva y viva.” Este hombre, a pesar de ser una persona muy importante, supo a pesar de ello que había poder en Jesús y fue eso lo que le atrajo. Se olvidó de su orgullo y de sus prejuicios, y acudió a pedir ayuda.

Al llegar a este punto, Marcos deja este relato y menciona la interrupción que se produjo mientras Jesús y Jairo iban juntos de camino a la casa. Nuestro Señor respondió de inmediato a la agonía de aquel hombre y fue con él. Marcos nos dice que por el camino se encontraron con una mujer que había tenido un flujo de sangre durante doce años. Aquí existe un importante énfasis con respecto al número doce. La niña tenía doce años y hacía también doce años que la mujer tenía el flujo de sangre.

“Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años.”

Marcos destaca tres cosas acerca de esta mujer: su estado, su curación y su confesión ante Jesús. Fijémonos en su estado. Padecía de lo que los médicos denominarían como una hemorragia vaginal, un constante flujo de sangre que le producía una gran aflicción y dolor, pero al mismo tiempo hacía que fuese impura, desde el punto de vista ceremonial, lo cual hacía que viviese aislada de la sociedad. Tenía que mantenerse alejada de todo el mundo, no podía mezclarse entre la gente, siendo casi como si estuviese leprosa. Estaba prohibido que la gente la tocase mientras seguía en ese estado. Le estaba prohibido acudir a los cultos en el templo o en la sinagoga. De modo que durante doce años se le había negado todo alivio y el consuelo de los cultos del pueblo de Dios. Se vio aislada, separada, alejada, teniendo que padecer el dolor y la angustia causadas por el interminable flujo de sangre.

Para empeorar las cosas, se había gastado todo su dinero en médicos que no le habían ayudado nada. Algunos de nosotros podemos sentirnos identificados. Hay muchos médicos que tienen una gran dedicación, que son hombres maravillosos y que han realizado una gran labor, pero hay ocasiones en que los médicos fallan y esa era una de ellas. Marcos parece dar a entender que ninguno de ellos tuvo la suficiente cortesía como para decirle que no la podían ayudar, se quedaban con su dinero, pero nada cambiaba para la mujer.

Cuando acudió a Jesús sucedió algo maravilloso:

“Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto, porque ella pensaba: Si sólo toco su manto, seré sanada. Al instante, se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote.”

No sabemos de qué modo había oído hablar de Jesús, pero le había llegado la noticia y había despertado su esperanza. Allí estaba Uno que, después de tantos años, posiblemente pudiera hacer algo para resolver su trágico estado. Y cuando sintió la esperanza, su fe brotó y se convenció de que Jesús podría realmente ayudarla. Pero tenía un problema porque no podía acudir a él como cualquier otra persona y hablarle. Era inmunda y le estaba prohibido acercarse a nadie y hablarle. Sabía, por lo tanto, que no podía llegar hasta él de la manera tradicional, pero su fe la impulsaba hasta el punto de que se dijo a sí misma: “si puedo tocarle nada más, solo tocarle, me curaré.” De modo que cuando vio a la multitud apretujándole, se propuso llegar hasta él. En su desesperación se abrió camino a empujones a través de la multitud, haciendo caso omiso del hecho de que estaba haciendo que otros fuesen impuros mediante esa acción. Finalmente se fue metiendo entre la gente hasta que pudo tocar el borde de su manto y el momento en que lo hizo, sintió que la fuente de sangre había cesado de fluir y supo que estaba curada.

Aquí tenemos una imagen maravillosa, en el sentido de que la mujer, tocándole con fe, hace que salga el poder de Jesús, mientras que el resto de la multitud, que le apretaba por todas partes, tocándole repetidamente durante todo su viaje, no estaba recibiendo nada de él. De hecho, los discípulos lo comentaron, como nos dice Marcos a continuación:

“De pronto, Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: –¿Quién me ha tocado el manto? Sus discípulos le dijeron: –Ves la multitud que te apretuja y preguntas ¿Quién me tocó? El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él y le dijo toda la verdad. El le dijo: –Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu azote.”

El hecho de que el Señor supiese que le había sucedido algo cuando la mujer le tocó es, en cierto modo, indicativo del coste de su ministerio. Notó que salía poder de él, se sintió más débil. Se sintió visiblemente agotado por este acontecimiento, al menos, hasta cierto punto. Esta es la primera clave que hemos tenido hasta el momento en los Evangelios en cuanto a lo que le costaba a Jesús sanar a las personas y atenderlas como hacía con tanta frecuencia. ¡No es de sorprender, por lo tanto, que se encontrase tan físicamente agotado al final del día! Porque le costaba algo, el poder salía de él y su ministerio exigía mucho de él.

No quisiera comparar esto directamente con el ministerio de la predicación, pero sé que hay cierta semejanza. El estar predicando durante una hora entera es cansado. Yo conocí a un querido maestro de la Biblia, el Dr. Walter Wilson, de Kansas City. Era un doctor en medicina y después se convirtió en un conocido maestro de la Biblia. Murió hace solo un par de años, con más de noventa años. La última vez que le vi, el Dr. Wilson me dijo que le había dado testimonio a Buffalo Bill y que había llevado a su mujer al Señor. No sé cómo se las arreglaba para encontrarse con estos personajes conocidos, pero como doctor en medicina había calculado que una hora de estar predicando era equivalente en estres y en cansancio al duro trabajo físico de medio día o de estar trabajando como executivo, en una oficina, durante un día entero. Algo de ese cansancio debió de ser lo que sentiría Jesús en este caso. Sintió cómo salía el poder de él y se sintió más débil, indicando algo del precio de su ministerio.

Además este incidente deja muy claro que la curación no la efectuaba realmente Jesús, sino que la realizaba el Padre. Nuestro Señor ni siquiera sabía que se había producido. Aquella mujer no había sanado porque él se lo hubiese propuesto, le había tocado y al hacerlo con fe atrajo el poder que tenía Jesús para sanar. Pero él no lo supo hasta que no pasó. Esto es una confirmación de lo que nos dice Jesús mismo, que no era él quien realizaba la curación o el que hablaba, sino que era el Padre que moraba en él. Un Dios que todo lo veía estaba observando a esta mujer, viendo cómo se abría camino entre la multitud, viendo la fe que había en su corazón. Y cuando, en medio de aquella multitud que empujaba a Jesús por todas partes y tocándole de mil maneras diferentes, vio a la mujer extender su mano para tocar el borde del talit de Jesús, de inmediato el poder de Dios fluyó a través de la vida de Jesús y la sanó. Esto es lo que dijo Jesús: “No hago yo las obras, sino el Padre que mora en mi.”

Pero a pesar de lo dicho, es evidente que nuestro Señor tuvo una parte en todo ello porque cuando la mujer, sabiendo que la estaba buscando, cayó a sus pies y confesó toda la verdad, él le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete (literalmente) en paz y queda sanada de tu azote.” ¿Por qué le dijo Jesús queda sanada cuando ya había sido sanada? La idea expresada por el tiempo del verbo que usa es “sé sanada continuamente”, le estaba concediendo el que estuviese siempre sana.

Esa es la única vez en las Escrituras en la que ha quedado constancia de que usase el término “hija”. Jesús mostró una gran ternura hacia esta mujer porque, a pesar de la vergüenza que sentía, le dijo abruptamente toda la verdad delante de la multitud. Creo que esa es la base sobre la que Jesús continuo con esta curación, haciendo que fuese permanente. Ella le había dicho la verdad. Cuando él miro a su alrededor buscando a alguien, ella cayó a sus pies y le contó cuál era su problema, el tiempo que hacía que lo tenía, lo difícil que era llegar hasta él y lo dispuesta que había estado a conseguirlo. Ella lo que hizo fue presentarle el problema y devolverlo a las manos de Jesús. Y de inmediato él hizo que la curación fuese permanente. Estoy convencido de que si no hubiese reaccionado la mujer de ese modo, si hubiera intentado perderse entre la multitud y buscar el anonimato, la enfermedad se hubiera producido de nuevo al cabo de unas horas. Puede que esto explique por qué se producen fallos en algunas de las actuales pretendidas “sanidades”.

Al llegar a este punto volvemos a la historia de Jairo y su hija. Marcos nos dice:

“Mientras él aún hablaba (mientras Jesús le estaba aún hablando a la mujer), vinieron de la casa del principal de la sinagoga, diciendo: –Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas mas al maestro? Pero Jesús, sin hacer caso a esta palabra que se decía, dijo al principal de la sinagoga: –No temas, solo cree. Y no permitió que nadie le acompañara, sino Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. Llegaron a la casa del principal de la sinagoga, y él vio el alboroto y los que lloraban y lamentaban mucho. Y al entrar, les dijo: –¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. Ellos se burlaban de él.”

Marcos ha escrito todo este relato, hasta llegar a este punto, con el propósito de enfatizar la finalidad de la muerte. En él vemos ese terrible momento en el que la muerte reina y los esfuerzos humanos se han acabado. Tal vez usted, como me ha sucedido a mi, ha tenido que ayudar cuando una persona ha sufrido un ataque cardiaco, o casi se ha ahogado y se están practicando medidas de emergencia para revivir a la persona. Los médicos y los técnicos sanitarios auxiliares están presentes y alguien está intentando realizar la resucitación. Todo el mundo está reunido alrededor, tenso y excitado, concentrándose en el esfuerzo que se está realizando por reavivar y restablecer a esa persona. Pero llega el momento en que el médico dice “se ha ido.” Y todo el mundo se detiene y cesan los esfuerzos por reavivar a la persona. Se dan por vencidos, porque la muerte se ha producido. Muchos de ustedes habrán sentido esa sensación de lo irrevocable cuando han tenido que cerrar el ataúd de un ser amado, alejándose y comenzando una nueva vida. Eso fue lo que sintió Jairo en aquel momento.

¿Se imagina usted la impaciencia que sentiría Jairo mientras Jesús se está ocupando de la mujer? Se balancearía de una pierna a otra, esperando que Jesús se diese prisa, para llegar a su casa, donde su hija le estaba esperando. Pero temía interrumpir a Jesús en esta situación de evidente necesidad. Finalmente, justo cuando se disponían a ir hacia la casa, llega la noticia “tu hija está muerta” y el corazón le da un vuelco.

Al llegar a la casa las plañideras ya habían comenzado a llorar a voz en grito. Era la costumbre en aquellos días contratar a plañideras para lamentar el fallecimiento de una persona. Se producía un gran frenesí por ese motivo. Se rasgaban las vestiduras, se arrancaban el pelo, y gritaban y lloraban formando un gran escándalo. Pero aunque había un cierto grado de profesionalidad en su manera de hacerlo, representa la terrible sensación de desesperación que la gente, incluso en Israel, sentía ante la muerte. Aquí no nos encontramos con la resignación del estoico, como podría haber sido el caso entre los griegos, sino de lo espantoso, lo terrible del clamor, del frenesí de la desesperación, con ese sentimiento de falta absoluta de esperanza frente a la finalidad y la fría garra de la muerte.

Pero en contraste con todo ello, fijémenos en la conducta de Jesús al encontrarse con la risa cínica, y la manera de actuar a lo largo de todo este relato. Lo primero que hace es asegurar a Jairo que no había pasado nada en el momento en que recibe el mensaje: “No temas” le dice “solo cree.” Vemos una vez más que es preciso afrontar el temor con fe. La fe es la respuesta al temor, el convencimiento de que Dios sabe lo que está haciendo. Esa es siempre la reacción ante el temor. “Solo cree” y entonces escoge cuidadosamente a Pedro, a Jacobo y a Juan y les ordena que vayan con él, porque quería que viesen algo que jamás olvidarían.

Y como veremos, a partir de ese momento, el relato de Pedro acerca de este episodio se entrelaza con la historia de Marcos, repitiéndose hasta las mismas palabras que pronunció Jesús junto a la cama de la niña porque Pedro no lo olvidó nunca. Marcos ni siquiera lo dice en griego, sino que lo deja en arameo, para transmitir las mismas palabras que dijo Jesús, tal y como Pedro se las contó. Deja constancia del incidente que tuvo lugar después de que resucitase. Jesús les: “ordenó que le diesen a ella de comer” a los que estaban allí. Pedro se quedó asombrado por ello, por el hecho de que al Señor Jesús se le ocurriese pensar con esa ternura en la necesidad que tenía de alimentarse después de haber pasado por aquella penosa experiencia.

Al acercarse a la casa, Jesús les dijo a aquellas gentes que gritaban y que estaban inmersas en aquella actividad frenética: “La niña no ha muerto, sino que duerme.” Casi nos dan ganan de unirnos a aquellas personas que le hacían burla. Creían que Jesús estaba loco por hablar de aquella manera. Pero quién tiene una visión más clara de la muerte, ¿Jesús o el hombre? Recordemos que dijo exactamente lo mismo cuando le dijeron lo que le había pasado a Lázaro, dijo “está dormido.” Jesús se refiere una y otra vez a la muerte como a un sueño, cuando está relacionada con un creyente. La muerte no es lo que nos parece a nosotros, cuando están presente la confianza y la fe. Es sencillamente algo temporal. No es nada más grave que eso, en lo que al cristiano se refiere, que irse a dormir. ¡Qué gran consuelo ofrecen estas palabras para los que se han encontrado ellos mismos al borde de la muerte y se han dado cuenta de que lo que estaban haciendo en realidad era dormirse, como Jesús había dicho. Marcos continua con el relato:

“Pero él los sacó a todos y tomó al padre y a la madre de la niña y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. Tomó la mano de la niña y le dijo: –Talita cumi–que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate.–Y en seguida la niña se levantó y andaba pues tenía doce años. Y quedaron atónitos.”

Jesús hace que salgan todos menos los padres de la niña, Pedro, Jacobo y Juan y juntos entran y se colocan junto al cuerpo silencioso y quieto. Los padres estarían con el corazón destrozado, pero Jesús se colocó junto a la niña y la tomó de la mano, diciéndole en arameo “Talitha cumi” es decir, “pequeño corderito, levántate.” Y en alguna parte, dondequiera que hubiera ido aquel espíritu, oyó aquellas palabras de Jesús, y regresó a aquel cuerpo, que comenzó a rebosar de salud y de fuerza y de vida otra vez. Jesús la levantó y la muchacha caminó por la habitación ante el asombro de todos los presentes.

Ahora bien, ¿por qué hizo eso Jesús? No fue por causa de la niña. Hizo que tuviese que volver a enfrentarse con el dolor, los sufrimientos, la preocupación, el cansancio y finalmente se tuviese que enfrentar de nuevo con la muerte. Lo hizo por amor a los padres, para mitigar la agonía de sus corazones. Reaccionó frente al dolor de ellos y restableció a la niña. “Bueno” dirá usted, “eso está bien. Ye leído la historia de cómo sanó a la mujer y cómo resucitó a la niña, pero no ha hecho eso conmigo. Estoy enfermo y él no me ha sanado. Mis seres amados están en la tumba, aunque yo también quería recuperarlos. ¿Por qué no responde de igual manera hoy en día?” ¿Cuál es la respuesta a eso? La respuesta es: Es evidente a juzgar por lo que sucede en este relato que Jesús no sanó a la mujer ni levantó a la niña de los muertos con el propósito de animarnos a que también nosotros esperemos lo mismo hoy. Por eso fue por lo que encargó muy claramente que nadie lo supiese, como nos dice Marcos:

“El les mandó estrictamente que nadie lo supiese y ordenó que le diese a ella de comer.”

¡No quería que se divulgase por todas partes, para que no le invitasen a todos los entierros en Palestina durante los próximo cinco años! No, quería que aprendiésemos algo mas sobre esto. Sanó a la mujer y resucitó a la niña, con el propósito de que tuviésemos una nueva visión de la enfermedad y de la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca, una visión que nos mantendrá estables en medio de esta debilidad y de la presión, ayudándonos a permanecer en paz y en calma cuando tenemos que pasar por horas así.

Quiero ilustrar este hecho con una cita del Dr. G. Campbell Morgan, el gran expositor inglés de las Escrituras. Tal vez haya leído usted algo de su obra. Su ministerio ha significado mucho para mi y me ha enseñado mucho acerca de la exposición de las Escrituras, aunque no llegué nunca a conocerle. Hubo un momento en que su primogénita estuvo a las puertas de la muerte y años después, hablando acerca de este incidente de la resurrección de la hija de Jairo, dijo estas palabras:

“Me cuesta trabajo hablar acerca de este asunto sin sentir que me afecta personalmente y sin que me traiga recuerdos, pues me hace pensar en lo que pasó hace cuarenta años, cuando mi primera hija estuvo al borde de la muerte, acudí a Dios y El acudió y nos dijo de un modo a nuestros corazones acongojados: “No temáis, solo creed.” No nos dijo: “se va a poner bien.” No se puso bien, en el plano terrenal, sino que pasó a la otra vida, pero a pesar de ello le dijo “Talitha cumi”es decir, “pequeña corderita”, pero en su caso eso no quiso decir “quédate en el nivel terrenal”, sino que El la necesitaba y se la llevó para estar con El y ella ha estado con El durante todos estos años, según medinos nosotros el tiempo aquí, y yo la he echado de menos todos los días. Pero como El dijo “solo cree” ha sido la fortaleza durante todos estos años.

Eso es lo que Jesús quiere que aprendamos de este relato, que El puede responder al sufrimiento del corazón, sea cual fuere la causa, cuando los recursos del mundo tocan a su fin. Todo esto se enfatiza en en el próximo relato breve, en las palabras con las que comienza el capítulo 6.

“Salió de allí y fue a su tierra, y sus discípulos le siguieron. Y cuando llegó el sábado, él comenzó a enseñar en la sinagoga y muchos quedaban atónitos cuando le oían, y decían: –¿De dónde le viene a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos! ¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judás y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les decía: –No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso, sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.”

Podemos resumir el significado de todo este relato en unas pocas palabras: una visión limitada significa una vida también limitada. Es decir, si su manera de enfocar la vida es tan estrecha y avinagrada, tan marchita y encogida como para no incluir nada, mas que lo que puede usted ver y sentir, probar, oler y razonar, entonces su vida se va a ver terriblemente deprivada y empobrecida. Eso era lo que sucedía en Nazaret. Jesús había estado en Nazaret el año anterior. En esa ocasión intentaron matarle porque él no estaba dispuesto a hacer lo que ellos querían. Y ahora regresa y enseña en la sinagoga, y ellos están asombrados. Hacen las preguntas indicadas: “¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!” Porque les había llegado la noticia.

Pero las respuestas a sus propias preguntas son muy limitadas. “¿Quién es éste? ¿No es el hijo del carpintero? Pero si fue el que hizo la mesa que tenemos en casa. ¡Recuerdo cuando le dábamos te y bocadillos para comer cuando venía a ayudarnos a construir la casa donde vivo! ¡No era mas que un carpintero! ¡Y sus hermanos y hermanas viven aquí, conocemos a toda la familia! Pero si no es posible que sea un hombre tan poderoso. E hicieron lo que era increíble, se refugiaron en ese último recurso de todas las mentes debiles y pequeñas, le ridiculizaron. Se sintieron ofendidos por él y comenzaron a restarle importancia a todo lo que él había hecho y todo lo que había dicho. “No puede ser nada porque nosotros le conocemos y estamos enterados de sus principios, conocemos a su familia y sabemos de dónde vino.”

Por lo tanto, Jesús les hace ver que eso es característico de la naturaleza humana caída. No reconocían su valor, y en su propio pueblo no le honraban para nada. Y como resultado de ello, no pudo hacer allí ninguna gran obra. Respondió a los pocos que tenían fe, pero aquel pueblo no podía presumir de nada. ¿Y no es de sorprender que a lo largo de los siglos, aunque Nazaret no ha sido nunca olvidado como el pueblo en el que se crió Jesús, sigue siendo hasta la fecha en Palestina con una especie de sentimiento de vergüenza? Nada honorable se ha visto nunca relacionado con Nazaret, aparte del hecho de que Jesús se crió allí, pero se perdieron su gran oportunidad.

¿Qué es lo que nos quiere decir todo este relato sobre la curación de la mujer, la resurrección de la hija de Jairo y la manera en que le recibieron las gentes de Nazaret? Nos está diciendo a nosotros hoy: “Levantad la vista y mirad mas allá de lo visible a las realidades de Dios. Vivid en toda la plenitud de las dimensiones de la vida como Dios quiso que lo hicieseis.” La vida nunca se puede explicar completamente en términos de lo natural porque sus recursos se acaban. La capacidad que tiene para ayudarnos no tarda en desaparecer. Nos quedamos empobrecidos y desesperados si todo aquello de lo que dependemos son los recursos naturales y el poder natural, pero Dios es rico en gracia, en poder, en fortaleza interna y en compasión y lo que El nos está diciendo es: “No sigáis siendo incrédulos, solo creed y tened fe en que yo estoy obrando y enriqueceré vuestras vidas mas allá de vuestros mas increíbles sueños.” Al ir transcurriendo el tiempo, a su manera y según su propio plan, y al pasar por los procesos del dolor, de la fatiga y de los problemas, Dios hará que experimentemos la profundidad del enriquecimento de una manera que no podrá usted calcularlo.

Oración

Padre nuestro, te damos gracias por estas preciosas palabras que nos recuerdan al Hombre manso de Galilea y de Nazaret, que ahora sabemos que es Señor de toda la tierra, Rey de reyes y Señor de señores, Aquel que controla todo lo que pasa en nuestro tiempo, que hace que sucedan estos acontecimientos para llevar a cabo sus propósitos, que controla cada uno de los sucesos de las vidas individuales y que puede tocarnos con su poder. Enséñanos, Señor, a responder con fe, no con una admiración abrumadora, sino con fe en el Bendito que ahora, entre nosotros, está dispuesto a suplir nuestra necesidad. Aunque en cualquier multitud hay muchos que abruman, permite Señor que haya unos pocos que extiendan su mano en un gesto de fe y toquen a Jesús para que toda la sanidad de su vida, de su gloria y de su corazón pueda llegar a esa vida y a ese corazón, trayendo la luz del sol donde hay tinieblas, sanidad en medio de la muerte. Lo pedimos en tu nombre, amen.

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Nº de catálogo 3310, Serie: EL SIERVO QUE GOBIERNA, Marcos 5:21-6:6; Décimo Mensaje

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