Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca.Lucas 21:30 |
Jn. 14:2-3 “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.
No existe promesa más gloriosa y consoladora para el que ha nacido de nuevo, que aquella que el Señor dejó para Su iglesia: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”.
Los discípulos contemplaron estupefactos como el Señor subía a los cielos después de haber triunfado sobre el que tenía el imperio de la muerte, y dar pruebas indubitables por cuarenta días que él era el que estuvo muerto y había resucitado.
Dice en el libro de los Hechos 1:10-11 “Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”.
El Señor lo había prometido y ahora en el momento crucial de su ascensión al cielo, Dios el Padre envía a sus ángeles para ratificar esa promesa y que sus corazones no decayeran.
“Este mismo Jesús”. El que ellos habían visto resucitado e incluso habían tocado, era el que ahora subía al cielo de una forma gloriosa y que Dios confirmaba por medio de sus ángeles que habría de volver.
1Jn 1:1-3 “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
Tomás cuando vio las heridas en Sus manos y Su costado que fue abierto por la lanza del soldado, cayó a sus pies y clamó: (Jn 20:28) “¡Señor mío, y Dios mío!”. Este mismo Jesús era el que ahora subía al cielo y había prometido regresar, y ahora en ese momento sublime también Dios el Padre reafirma: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”.
Este mismo Jesús, trayendo aún las huellas de la crucifixión, será el que habrá de volver. Cuan difícil resulta para nuestras mentes finitas, comprender esa profundidad del misterio de Su encarnación.
Jesús cuando estaba entregando pruebas indubitables de su resurrección a sus escépticos discípulos, les dijo: Lc. 24:38-39 “¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”.
Muchos cristianos en el día de hoy tienen un concepto demasiado nebuloso del cielo. Conciben “un lugar” allá arriba, donde todo es espíritu, hablan de fuerzas y otros hasta de vientos donde todo es irreal e inmaterial. Pero el cuerpo con que resucitó el Señor Jesucristo, era palpable y reconocible, aunque por cierto la materia tenía otra composición diferente a la que nosotros conocemos, porque aunque Él aseguró que su cuerpo tenía carne y huesos, también probó que no estaba limitado a las leyes físicas de este mundo, porque podía traspasar murallas y trasladarse a largas distancias sin problemas del tiempo, longitud, anchura o altura.
Pero aunque hoy nos resulta difícil comprender y hasta imaginar, la realidad es que ese mismo cuerpo que los discípulos tocaron y vieron irse al cielo, es el que está en la gloria, donde él fue a preparar un lugar muy especial para su esposa, la iglesia: “voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.
Y la promesa dice que volverá, para que donde Él está, nosotros también estemos, es decir, en la gloria celestial donde hoy existen esas moradas tan especiales que el Señor nos ha preparado para que estemos junto a Él por toda una eternidad en un cielo real, como es el cuerpo de gloria del Señor y como serán nuestros cuerpos cuando él nos llame a Su presencia (Filp.3:21).
Si la complejidad de Su encarnación y ascensión al cielo sobrepasa nuestra capacidad de comprensión, también Su retorno es difícil de interpretar para el lector superficial de la Biblia.
Hemos de considerar que la revelación de Su primera venida hecha con tanta precisión en el Antiguo Testamento, también confundió incluso a los rabinos. Porque hasta el día de hoy no logran entender que en esas profecías se anunciaban dos venidas, una para morir y otra para reinar; sin embargo ellos solamente aceptan Su venida para instituir Su reino aquí en la tierra.
Incluso los discípulos del Señor, que lo vieron resucitado, esperaban que en ese tiempo instituyera Su reinado terrenal anunciado en el Antiguo Testamento. Hch. 1:6 “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. Aunque los judíos sabían que era necesario que el Cristo fuera humillado y muriera en la cruz para que se cumplieran las Escrituras, por ejemplo Sl.22:14-17 “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan”. Is. 53 :7-8 “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Porque fue cortado de la tierra de los vivientes”. Dn. 9:26 “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías”.
Sin embargo, ahora a la luz de la revelación del Nuevo Testamento, nos resulta muy evidente que las profecías del Antiguo Testamento se referían a dos venidas, una en humillación para morir, y otra en gloria para reinar. De igual manera en nuestros días algunos se confunden al no distinguir entre la venida del Señor por Su iglesia, y su retorno a la tierra para reinar. Primero viene en las nubes y arrebata a los creyentes hasta las alturas (no pone sus pies sobre la tierra), esto ocurre ANTES de la Gran Tribulación, y siete años DESPUES de la Gran tribulación, viene hasta la tierra y pone sus pies sobre el monte de los Olivos como lo anuncia Zacarías 14: 4.
Concluyen precipitadamente que es imposible que el evento de Su segunda venida dure siete años, desconociendo voluntariamente que Su primera venida abarcó un período de 33 años.
Pero la interpretación natural de la cronología de los sucesos que Dios revela en Su Palabra sobre la segunda venida del Señor, son muy claros y fáciles de distinguir a la luz del contexto general de las Sagradas Escrituras.
En los juicios que Dios ha mandado sobre la tierra vemos que primeramente pone en lugar seguro a los suyos ANTES de aplicar la sentencia. Por ejemplo, ANTES de abrir las cataratas de los cielos donde murió todo ser viviente sobre la tierra a causa del diluvio, puso a Noé dentro del arca. ANTES de hacer caer fuego sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra, sacó a Lot y su familia. De igual manera, ANTES que comience los juicios de la Gran Tribulación el Señor pondrá en lugar seguro a Su iglesia, en las moradas celestiales que fue a prepararle.
Y no podría ser de otra manera, debido a que el juicio de todos nuestros pecados los pagó el Señor sobre la cruz del Calvario. Y el Dios Justo no podrá demandar dos veces el pago por los mismos pecados. Por lo tanto es natural y lógico que el Señor ponga en lugar seguro a Su iglesia ANTES que comiencen los juicios sobre la tierra.
La segunda venida del Señor se sitúa en primera instancia para la iglesia, el conjunto de creyentes redimidos en Su sangre bendita, la que constituye Su esposa. Sin barreras denominacionales que ha inventado el hombre para demarcar sus dominios territoriales. A ella pertenecemos todos los que hemos gustado de la gracia divina de la salvación, indistintamente si pertenece a la iglesia A, B o C.
El conjunto de salvados que son el fruto de Su obra redentora, no tiene división de denominaciones, de raza ni aún en el tiempo. Todos los creyentes formamos parte de ese cuerpo único que Él denominó “Mi iglesia”.
Conciente estoy que hoy en día se clasifica la iglesia como la iglesia del pastor tal o cual, pero esos feudos que el hombre ha levantado no tendrán ninguna importancia ni provocará confusión alguna al Señor. Él tomará de todos los lugares, donde estén los hijos Suyos, para llevarlos a esas mansiones celestiales que nos ha prometido.
En algunas iglesias quedarán bancas vacías, y en muchas otras las multitudes continuarán saltando y aplaudiendo frenéticamente al ritmo de las melodías del mundo. Incluso pastores y líderes famosos se quedarán acá por no haber sido jamás del Señor, nunca habían nacido de nuevo, solamente se dedicaban al comercio de las almas, y otros asistían como un medio de entretención donde la orgía emocional era el alimento diario, o para adormecer sus conciencias cargadas de pecado, pensando que Dios iba a poner en una balanza sus pecados y en el otro extremo el diezmo que pagaban y las contribuciones con que participaban en todo ese mercado que realizan en lo que debería ser la casa de Dios.
Esa religiosidad mal oliente produce nauseas al Señor. (Ap.3:16-17) “por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Serán doblemente culpables por haber transformado ese lugar que debería ser santo, en cueva de ladrones. No entran ni dejan entrar a los demás que también son atrapados con esos fuertes lazos de la hipocresía de ese otro evangelio, el de la prosperidad.
Mt. 7:22-23 “MUCHOS me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Qué solemne será para aquellos que estaban dentro de una iglesia pensando que por eso eran salvos, y venido el Señor, se queden acá. Con cuanta angustia y desesperación clamarán: Señor, Señor, ábrenos la puerta, y recibirán una sola respuesta: Mt. 25:11-13 “Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”.
La venida del Señor por Su iglesia será sin previo aviso, como ladrón en la noche, cuando las tinieblas son más densas y cuando menos se le espere. Esa es la condición de la llamada “cristiandad” de nuestros días, que el Señor la califica como tiempos de apostasía.
La segunda venida del Señor será en dos etapas, una cuando viene en las nubes y arrebata a la iglesia en el aire y la lleva a su morada celestial, y otra cuando siete años después, al final de la Gran Tribulación, viene hasta la tierra y pone sus pies sobre el monte de los Olivos.
No se puede hablar de una segunda y una tercera venida del Señor, porque en su primera etapa no viene hasta la tierra, sino en el aire, también su objetivo y propósito es diferente. Primero viene en el aire por su iglesia, después viene a la tierra por su pueblo terrenal, Israel. No viene dos veces a la tierra, lo cual sí la transformaría en dos venidas.
Es la única forma de interpretar estos eventos, que de otra manera serían de una contradicción irreconciliable. Por ejemplo ¿Cómo podría venir solamente hasta las nubes, recibir la iglesia en el aire, llevársela a las moradas celestiales, y al mismo tiempo venir hasta la tierra y poner sus pies sobre el monte de los Olivos?
O venir como ladrón en la noche, de una manera oculta, en la cual le verán únicamente los que se vayan con él, como se aprecia en la parábola de las diez vírgenes donde dice que las vírgenes insensatas, las que representan a la falsa cristiandad, ellas no vieron cuando vino el esposo. Un ladrón no viene en la noche tocando trompetas ni prendiendo grandes focos que iluminen el cielo como el relámpago que se muestra del oriente hasta el occidente, en cambio cuando venga hasta la tierra, vendrá de esa forma y habrá grandes señales en el cielo, y entonces sí que todo ojo le verá.
Primero viene por sus santos. 1Ts. 4:17 «seremos arrebatados juntamente con ellos (con los que resucitarán con cuerpos de gloria en esa primera resurrección) seremos arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
El Señor viene a buscar Su iglesia, la arrebata en el aire y se la lleva a las moradas celestiales. Pero aún en esta misma epístola de 1Ts. en el cap. 3 versículo 13, nos habla «de la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos» ¿Cómo podría venir a buscar a sus santos y al mismo tiempo venir con ellos? Si no fueran dos acontecimientos diferentes, sería imposible reconciliar estos dos pasajes.
En Ap. 3 hablándole a la iglesia dice en el versículo 3 «vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti». En cambio, al final de la Gran Tribulación, refiriéndose a esos juicios y señales dice en Mt. 24:21 “que no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Después de esos siete años vendrá el Señor con gloria y gran poder. Habrá grandes señales en el cielo que anunciarán la venida del Señor hasta la tierra, se mostrará como relámpago que se ve desde el oriente hasta el occidente, en ese momento, por primera vez, todo ojo le verá, porque en esta segunda etapa viene hasta la tierra y no como ladrón en la noche.
Es una enorme diferencia para reconciliar todos estos eventos en uno solo. La única explicación posible es que en el arrebatamiento de la iglesia viene en secreto, como ladrón en la noche, solo los suyos le verán; el Señor viene en el aire y no llega hasta la tierra. En cambio siete años después, al final de la Gran Tribulación viene en gloria, hay grandes señales en el cielo y se muestra como el relámpago del oriente hasta el occidente, entonces desciende hasta la tierra y posa sus pies sobre el monte de los Olivos.
También resulta muy evidente que la segunda venida consiste de dos acontecimientos diferentes por los símbolos que los representan, cuando viene en secreto por la iglesia, ANTES de la Gran Tribulación, se manifestará como la Estrella resplandeciente de la mañana, es decir, al finalizar el día de la gracia se presentará como una débil luz en el firmamento donde solo algunos le verán, únicamente los de la iglesia, en cambio después de los siete años de la Gran Tribulación, cuando viene hasta la tierra y en relación con su pueblo terrenal, Israel, aparecerá en los cielos como el Sol de Justicia, entonces todo ojo le verá.
Este tema de la venida del Señor por Su iglesia llena de gozo el corazón del creyente que tiene la seguridad de su salvación, pero debería hacer temblar a aquellos que aún no saben cual será su destino eterno.
¿Sabe Ud. si se irá con el Señor cuando Él venga por Su iglesia? Si todavía no tiene esa seguridad, repase el fundamento de su salvación, para que no sea de los que escucharán en aquel día: “Nunca os conocí; apartaos de mí”.
Escuche el último llamado que el Señor hace : (Ap.3:20) “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Que así sea, Amén.
Por Jack Fleming
La Casa de mi Padre – Sermones Cristianos
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